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Signos de vida en los muertos vivientes

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 11/03/2015
La Atalaya del Vigía
AVISO: Éste artículo contiene posibles spoilers. En él se revelan aspectos argumentales que el lector podría preferir descubir por sí mismo.

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El último volumen de Los Muertos Vivientes (The Walking Dead) publicado en España supone una suerte de punto y aparte argumental. La historia, apropiadamente titulada Un Nuevo Comienzo (#127), presenta un salto cronológico que recupera a los protagonistas dos años después de la saga que concluía el tomo previo. Una ocasión perfecta para revisar la evolución de la epopeya zombi creada por Robert Kirkman.


Iniciada en 2003 la serie escrita por Kirkman, dibujada por Charles Adlard y publicada por Image rompió moldes desde su mismo inicio. Aprovechando el resurgir del género zombie en el cine -28 Días Después (2002), El Amanecer de los Muertos (2004)- y su auge en el videojuego –Resident Evil, House of the Dead- y la literatura –las novelas de Max Brooks y David Moody-, Los Muertos Vivientes proponía una historia apocalíptica donde los zombies eran que un simple pretexto para narrar la lucha por sobrevivir de los protagonistas y como esa situación extrema les afecta como seres humanos. Kirkman no inventaba nada que George A. Romero no hubiese planteado años atrás, pero su habilidad para construir personajes complejos, elaborar diálogos substanciosos y poner el dedo en la llaga sobre cuestiones éticas y morales en situaciones extremas proporcionaba a la cabecera una solidez que complementaba y potenciaba las dosis de acción, terror y violencia inherentes al género.


Sin limitaciones como el espacio o la necesidad de protagonistas estelares, el cómic trabajaba a fondo la evolución de unos personajes que, de improviso, podían morir en cualquier momento. Algo que añadía una incertidumbre prácticamente inexistente en otras series. Una dinámica que fue alcanzando cotas más y más altas hasta llegar su culmen con el angustioso clímax de la saga del Gobernador. Pero después de dicho momento álgido la serie empezó a presentar una serie de problemas que se han ido acentuando de forma progresiva.

Es cierto que después de más de diez años ininterrumpidos el factor novedad está agotado. Pero un repaso general al devenir de la cabecera tras el épico asalto a la cárcel revela que Kirkman parece haberse limitado a repetir con ciertas variaciones lo narrado en los cincuenta primeros números: el protagonista Rick Grimes de nuevo aislado y vagando sin rumbo mientras progresivamente se va construyendo un grupo a su alrededor, formando por personajes de muy distinto pelaje. Posteriormente se produce el encuentro con una comunidad llena de secretos y el enfrentamiento con un grupo hostil y su líder sanguinario y sin escrúpulos (Negan y sus seguidores). Y aunque el guión apuntaba nuevos conceptos como la locura de Rick, la creciente parte oscura de su hijo Carl o la insinuación de una cura para la plaga zombie, el desarrollo de los mismos queda rápidamente solventado sin la repercusión esperada para volver a terreno conocido.


Por otra parte aunque la combinación de acción, intriga y debate moral sigue estando presente, la sensación es la de que el guión alarga en exceso ciertas situaciones –el viaje a Washington, la relación con los líderes de Alexandria- que acaban desinflando el suspense y la tensión del conjunto. Máxime cuando recuerdan a otras ya vistas previamente. La falta de un cambio notable de escenarios o la necesidad de dar algo nuevo que hacer siempre los mismos personajes acaba por jugar en su contra. Asimismo, y a pesar de la aparición de nuevos protagonistas –Eugene, Abraham, Jesús, Ezequiel-, ninguno ha conseguido repetir la novedad, el impacto o el carisma de Glenn, Michonne, Andrea u otros presentados durante el tramo inicial de la serie. La impactante aparición de Negan a la altura del #100 devolvió a la serie parte de ese ímpetu que parecía perdido, pero su desarrollo no ha podido evitar transitar de nuevo por caminos ya conocidos.


Llegados a este punto, y con Kirman aparentemente más preocupado por otros proyectos que incluyen la cada vez más libérrima adaptación televisiva –pese a lo cual, irónicamente, cae en los mismos problemas de forma aún más acentuada-, es licito plantearse si la serie no se mantiene por pura inercia. Que Kirman haya declarado recientemente que tiene pensado un final para el cómic –frente a la intención inicial de desarrollarlo sin un desenlace previsto- señala que quizás sea consciente de ello. Lo que sí es seguro es que la cabecera tiene la necesidad de dar un puñetazo creativo sobre la mesa que le permita reverdecer sus laureles o afrontar su fin dignamente. Es pronto para saber si el salto argumental del reciente tomo obedece a lo primero o a lo segundo, pero bienvenido sea.



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