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La Atalaya del Vigía Comic Digital
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Fritz el gato: Vida, obra y muerte de un icono underground

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 15/10/2016
La Atalaya del Vigía

En la actualidad resulta muy difícil describir con exactitud lo que Fritz el Gato supuso para el cómic como medio. Su creador Robert Crumb, afincado en Francia desde hace décadas, es objeto de adoración y reconocimiento críticos, acumula numerosos premios, se le dedican exposiciones, colabora con proyectos cinematográficos, musicales y teatrales y su obra (pasada y presente) está elegantemente recopilada en tomos disponibles en grandes superficies. Nada más alejado de aquel joven dibujante autodidacta que comenzó publicando sus irreverentes viñetas en revistas minoritarias y publicaciones semiprofesionales donde, utilizando un negrísimo sentido del humor, criticaba los valores sociales establecidos introduciendo en el hasta entonces “inocente” medio temas como drogas, sexo explícito, crítica política y sátira contra todo lo políticamente correcto. Una época que La Cúpula recupera con Las 7 Vidas del Gato Fritz, reedición de las desventuras de unos de sus primeros y más conocidos personajes.

Oficialmente creado en 1964 –aunque el autor había dibujado una versión primeriza del personaje en sus primeras obras como aficionado- en las páginas de la revista satírica Help!, Crumb concibió a Fritz como una parodia de los cómics de animales antropomórficos con los que se había criado de niño, como Pogo de Walt Kelly o los cómics de Carl Banks para Disney. Pero tal intención se quedaba meramente en el plano estético. En lo argumental rápidamente se convirtió en un vehículo donde su autor podía canalizar sus ideas sobre el espíritu de rebeldía, transgresión y liberación sexual derivados de la efervescencia del movimiento hippy. Pero lejos de constituir una apología de los mismos, Fritz suponía una suerte de parodia agresiva de estos, mostrando su lado más oscuro, hipócrita y desencantado. Estudiante universitario de pocas luces, el personaje de Fritz mostraba su falta de valores fingiendo ser un poeta torturado para llevarse al catre a jovencitas impresionables, liderando una protesta por los derechos civiles fruto de un subidón de drogas, uniéndose a un movimiento revolucionario para escapar de un tedioso matrimonio e incluso trabajando para la CIA contra la China comunista como excusa para tener sexo con todas las féminas que se cruzasen en su camino (sic).


Publicadas de manera intermitente en los sesenta en revistas como Cavallier y cabeceras como Head Comix y Zap Comix -permitiendo observar una clara evolución artística donde los lápices de Crumb van ganando en detalle y expresividad-, las peripecias de este felino vividor, mentiroso, misógino, alcohólico, toxicómano y carente de todo tabú sexual (incesto incluido) le convirtieron rápidamente no solo en uno de los personajes más famosos de su prolífico creador, sino en uno de los más populares del pujante cómic underground yanqui. Tanto que acabaría atrayendo la atención de otros medios como el cine.


En 1970 un reluctante Crumb cedió los derechos de su creación al realizador Ralph Bakshi, que vio en el personaje la oportunidad perfecta para llevar la animación hacia temas y públicos adultos. Así, utilizando como base tres historietas del personaje, el guión escrito por el propio Bakshi incluía una orgía, consumo de drogas y violencia policial solamente en sus diez primeros minutos. Consiguientemente el film, con una estética que procuraba reproducir el estilo de Crumb y una banda sonora de temática jazz, obtendría una calificación X reservada a producciones pornográficas, siendo el primer film de animación en recibir dicha etiqueta. Sin embargo, a pesar de ello -¿O quizás gracias a ello?- El Gato Caliente (1972) –libérrimo e intencionadamente polémico título español- fue un enorme éxito de taquilla que generó una poco conocida secuela –Las Nueve Vidas de Fritz el Gato (1974)-, abrió nuevos caminos en la animación occidental y conquistó a todos sus espectadores potenciales. Excepto a uno: el propio Crumb.



Aunque se ha especulado con diferentes motivos –que van de diferencias económicas a su mala relación profesional con los cineastas, pasando por celos profesionales y la inestable y depresiva personalidad del autor en aquella época-, lo único cierto es que, a pesar de los beneficios y popularidad que le reportó, Crumb odió el film resultante. Tanto que incluso interpuso una fallida demanda para que su nombre fuese eliminado de los créditos. Al no conseguirlo articuló su venganza en forma de una última historieta, titulada Fritz the Cat Superstar, que mostraba como el personaje se había vuelto aún más ególatra y miserable debido al éxito de su película y acababa siendo asesinado por una fan desencantada armada con un picahielos. Algo que en última instancia puede verse como una venganza del propio autor por haber traicionado sus raíces a cambio del éxito mainstream.


Desde entonces Crumb no ha vuelto a tocar al personaje, convertido en una suerte de cápsula del tiempo que recoge la esencia de una época –tanto en la trayectoria de su autor como en el propio medio- fruto de una serie de circunstancias irrepetibles y que, más allá de su valor histórico intrínseco, aún conserva intacta su naturaleza transgresora más de cuatro décadas después.


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