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Conan: Los bárbaros orígenes de un hito de la viñeta

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 28/03/2017

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Hace treinta y cinco años la editorial Planeta iniciaba a través del sello Comics Fórum la publicación de cómics Marvel en España. Una efeméride que la editorial celebra con la publicación de un lujoso tomo recopilatorio de los primeros números de Conan el Bárbaro, adaptación del personaje literario de Robert E. Howard. Una serie cuyo calado en el público español ha superado incluso a la propia publicación norteamericana original y con la que Planeta ha establecido un compromiso ininterrumpido. Un éxito cuya simiente se encuentra en la legendaria etapa inicial a cargo de Roy Thomas y Barry Windsor-Smith.


Consecuencia de un momento editorial donde Marvel estaba expandiendo su oferta temática más allá del género de superhéroes, la idea de adaptar Conan a las viñetas fue consecuencia del resurgir de la literatura pulp de los años 30, impulsada en el caso de Conan por las espectaculares portadas de Frank Frazetta para las nuevas ediciones. Tras hacerse con los derechos de adaptación, en 1970 se publicaba el primer número de Conan el Bárbaro. Una apuesta por un género –el de la espada y brujería- que rompía narrativa y estéticamente con lo visto hasta la fecha en el cómic USA.


Pese a su juventud, Thomas ya poseía una abultada trayectoria en el medio como guionista y editor. Completo desconocedor de la obra de Howard, rápidamente el guionista logró establecer una sintonía con el personaje y su mundo fantástico, buscando reproducir el tono salvaje, exótico, tenebroso, pagano y erótico del original pulp hasta donde la mentalidad de la época y el Comics Code se lo permitían. Un enfoque que rompía con la mayoría de publicaciones de la editorial teniendo un protagonista de moral ambigua y sin un uniforme reconocible –a pesar del casco y el collar distintivos que lucía en las primeras entregas- que vagabundeaba por un mundo tan fascinante como lleno de posibilidades narrativas.


La parte gráfica en cambio corrió a cargo de un prácticamente desconocido ilustrador llamado Barry Smith. Un veinteañero estudiante de bellas artes británico cuya trayectoria profesional se limitaba apenas a un par de historias sueltas para la editorial. Claramente deudor del estilo de Jack Kirby, al que imita sin rubor en los primeros números, su estancia en la serie permite observar una vertiginosa progresión artística a medida que Smith va evolucionando sus lápices incluyendo elementos de la tradición pictórica, aumentando la cantidad de detalles gráficos, atreviéndose con planificaciones de páginas cada vez más innovadoras y asumiendo personalmente apartados como el entintado y el color. En apenas veinticuatro números –con un paréntesis en los #17 y 18 a cargo de Gil Kane- Smith se transforma en un dibujante completamente diferente, llegando a su cenit con la adaptación del relato Clavos Rojos inicialmente publicada en la revista Savage Tales.


Atendiendo a la trayectoria literaria, Thomas optó por centrarse en la juventud del personaje, mostrando su época como ladrón en los países “civilizados” del sur tras abandonar su Cimmeria natal para conocer mundo. Manejando la cronología del personaje a su antojo, el guionista fue alternando historias de cosecha propia con adaptaciones de los relatos de Howard (La Torre del Elefante, Villanos en la Casa, El dios en el Cuenco, La Hija del Gigante de Hielo). El guionista aportaba así una coherencia y progresión ausente en los originales hasta elaborar una trama bélica donde Conan se ve envuelto en una guerra en el imperio de Turan. Historias en las que el bárbaro cruza su camino con hombres, pero también con monstruos, deidades, civilizaciones primigenias y personajes recurrentes de su futuro como el hechicero Thoth-Amon y la guerrera Red Sonja –creada por Thomas en base a un relato de Howard ajeno a Conan-. Incluso tuvo la oportunidad de protagonizar un crossover con otro personaje literario señero mediante la aparición de Elric de Melniboné en una historia (#14 y #15) coescrita por Michael Moorcock, creador de este último.


Tras apenas dos años, Conan el Bárbaro se había convertido en uno de los grandes éxitos de Marvel –pese a haber estado a punto de ser cancelada en el #7-, reconocido con varios premios de la industria y con su dibujante convertido en una estrella cuando decidió abandonar la serie tras el #24. John Buscema recogería el testigo, dando paso a una de las relaciones personaje/dibujante más fecundas de la historia del medio. Pero la clave del éxito ya estaba en esos irrepetibles veinticuatro primeros números. Los mismos que sirvieron para abrir el cómic USA a la fantasía heroica. Los mismos que popularizaron al personaje a cotas inéditas, propiciando su posterior salto al cine a cargo de John Milius y Arnold Schwarzenegger. Los mismos que fueron la semilla de múltiples cabeceras derivadas en los años siguientes. Los mismos que han dado cabida a múltiples reediciones de todos los tipos, formatos y colores a ambos lados del charco. Una etapa que, incluso con el paso del tiempo y el cinismo resabiado del lector actual, continúa manteniendo intacta la calidad que la convirtió en un hito.


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