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Legión: La mutación catódica necesaria

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 12/04/2017
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Acusado de cierto anquilosamiento creativo pese a su excelente rendimiento comercial, el género de superhéroes cinematográficos parece estar empezando a dar cabida a ciertas propuestas que buscan forzar los límites del mismo. El humor salvaje y visceral de Deadpool (2016) y la reflexión melancólica y crepuscular de Logan (2017) han visto recompensada su ambición por crítica y público. Pero el arrojo y la inventiva de ambas quedan superados por Legión, serie televisiva del canal FX que acaba de concluir su primera temporada.


Las previsiones iniciales hacían pensar en Legión como otro impersonal producto derivativo de una franquicia cinematográfica (cf: Agentes de S.H.I.E.L.D.). Impresión rápidamente superada apenas se inicia el primer episodio de la serie desarrollada por Noah Hawley, creativo que previamente había demostrado con Fargo (FX, 2014-…) su capacidad para tomar una prestigiosa obra precedente y elaborar otra nueva a partir de la misma con personalidad propia. Precisamente “personalidad” es la palabra que mejor define el resultado de la recién concluida primera temporada de Legión. Tanto en lo argumental como en lo estético.


Partiendo del peculiar personaje creado por Chris Claremont y Bill Sienkiewicz en su rompedora etapa en Los Nuevos Mutantes, la serie televisiva gira sobre la figura de David Haller (Dan Stevens) un enfermo con un largo historial de esquizofrenia recluido en un hospital psiquiátrico. El núcleo de la serie se centra precisamente en descubrir la raíz de esos problemas mentales, ante los indicios cada vez más frecuentes de que en realidad no se deben a desequilibrio alguno. Descubierto como un mutante dotado de poderosas habilidades psíquicas, David se convierte en el epicentro de la lucha encubierta entre un grupo de mutantes y una siniestra organización gubernamental bautizada como División 3. Pero el verdadero conflicto se encuentra en el interior del propio David, en cuya mente habita una peligrosa entidad que amenaza con consumirle a él y a todos cuantos le rodean.


Pese a indagar en el origen del personaje la serie, se aparta de dicho modelo narrativo para centrarse en el desarrollo de los personajes y su interacción. Personajes con los que Hawley recupera el tono de metáfora sobre las minorías y su discriminación propio de la franquicia X-Men y que la versión cinematográfica ha ido dejando progresivamente de lado a favor del gran espectáculo. Salvo el propio protagonista –y una sorpresa que no revelaremos- todos son caracteres de nuevo cuño. Pero la habilidad de Hawley y sus guionistas para darles un trasfondo interesante, unida a la excelente labor de su reparto, logra que el espectador pronto se interese por ellos y sus dilemas. Ahí están la justificada aversión al tacto de Syd Barret (Rachel Keller), la peculiar relación simbiótica entre el maduro e intelectual Cary (Billy Irwin) y la joven e impulsiva Kerry (Amber Mindhunter) o la maternal y sabia líder del grupo Melanie Bird (Jean Smart) entre otros. Pero más allá de un estupendo Dan Stevens, que clava todas las facetas de su inestable personaje, el gran descubrimiento es una fascinante Aubrey Plaza capaz de cambiar de registro convincentemente no ya de un capítulo a otro, sino de una escena a la siguiente.



Esa incertidumbre se traslada al resto de apartados creativos con refrescantes resultados. Tanto en lo argumental como en lo visual, Legión muestra una inusitada valentía por la experimentación que la convierten en una de las propuestas más estimulantes de los últimos años. Sencillamente a cada capítulo el espectador nunca sabe con qué se va a encontrar, jugando con la realidad y su percepción mediante una puesta en escena mucho más elaborada y creativa que la de la ficción televisiva estándar.



Utilizando diferentes encuadres, formatos y técnicas de montaje poco ortodoxas, la serie construye un escenario donde caben desde tiroteos rodados en plano secuencia a extravagantes números musicales, pasando por homenajes al cine mudo, elaborados montajes paralelos entre diferentes planos de realidad, secuencias animadas y escenas oníricas cargadas de simbolismo. Ello da pie a numerosas piezas visualmente fascinantes que, sin embargo, están perfectamente encajadas en una solida narración donde los elementos humorísticos no lastran su contenido plenamente dramático.


Con una relación muy tangencial respecto a sus precedentes en la viñeta y la pantalla –la verdadera identidad del villano o una fugaz referencia a Charles Xavier vía flashback- Legión se revela como una obra valiente que no teme exigir al espectador que ponga a trabajar sus neuronas, estando más cerca de ficciones televisivas como Twin Peaks (ABC, 1990-91), Hannibal (NBC, 2013-15) o la británica Utopía (Channel 4, 2013) que de la ficción superheroica al uso. Un arrojo creativo que lega la incertidumbre de si será capaz de mantenerse en su siguiente temporada sin caer en lo rutinario –Héroes (NBC, 2006-10)- y/o perder el norte construyendo castillos en el aire –Perdidos (ABC, 2004-10). La sorprendente (por inesperada) secuencia post-créditos del último episodio hace esperar en ese sentido un futuro prometedor.

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