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Drácula de Roy Thomas y Mike Mignola: 25 años de una joya perdida

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 20/12/2017

Hace años fui testigo de cómo un cliente vendía material antiguo al propietario de una librería especializada. Entre dicho material había un ejemplar de Drácula, la adaptación en viñetas del film de Francis Ford Coppola basado a su vez en la novela homónima de Bram Stoker. El librero le ofreció al vendedor la respetable cantidad de cincuenta euros por dicho tomo. Diez minutos y una llamada telefónica después, el mismo comic era revendido a un tercero por ciento cincuenta euros. Lo curioso y revelador de esta anécdota pone de manifiesto no solo la excelencia de una obra a priori catalogada como menor. También como sus virtudes, unidas a la posterior fama de su dibujante y a un peculiar cúmulo de circunstancias editoriales, la han convertido prácticamente en un artículo de lujo. Al menos dentro del panorama español.


Publicitada durante su estreno como la más fiel adaptación jamás rodada de la novela de Bram Stoker –afirmación por otro lado bastante discutible-, Drácula de Bram Stoker (1992) supuso uno de los mayores éxitos de crítica y taquilla de la carrera de Coppola. Su reparto estelar, una envolvente puesta en escena y una narración dotada de un romanticismo sórdido y sensual contribuyeron a convertirla en un fenómeno que generó varios productos merchandising, entre los que se incluía una colección de cromos y una adaptación al comic producidas por la editorial Topps Company. El encargado de ilustrar ambos productos fue Mike Mignola quien, no por casualidad, había participado en el propio film de Coppola como ilustrador de su departamento artístico.


Mignola, por aquel entonces ya convertido en un dibujante puntero con destacadas colaboraciones para Marvel y DC, había desarrollado un estilo gráfico muy personal y con marcada inclinación hacia el género fantástico y de terror, alejado del imperante dominio del comic de superhéroes. Así pues, pese a plantearse como un simple encargo, Mignola afrontó la adaptación del film como una obra personal que le permitía dar rienda suelta a su sensibilidad por las atmosferas oscuras y perturbadoras. Ni siquiera la imposición editorial de reproducir el parecido físico de intérpretes como Gary Oldman, Wynona Ryder, Anthony Hopkins o Keanu Reeves constituyó impedimento alguno, pues si bien en todo momento se reconoce a los famosos protagonistas, el dibujante logra reproducir sus facciones sin romper por ello con su estilo característico.


En sintonía con la elaborada fotografía y diseño de producción mostrados en pantalla, Mignola elaboró una serie de páginas donde puso a prueba sus habilidades como narrador. Páginas con elaboradas composiciones narrativas y un manejo de las sombras y las masas de negro en el que es fácil descubrir la simiente de su posterior trabajo como cronista de Hellboy. Asimismo encontramos aquí a un Mignola en su plenitud como dibujante, cuando sus lápices aún rebosaban de detalles y expresividad previamente al progresivo esquematismo que ha caracterizado su dibujo en los últimos años. El excelente trabajo de entintando y coloreado a cargo de John Nyberg y Mark Chiarello respectivamente redondean la jugada para presentar un centenar de páginas que se inscriben por derecho propio entre lo mejor de la carrera de su autor.


El guión corrió a cargo de Roy Thomas, veterano de larga y versátil trayectoria que, desde su adaptación de Conan el Bárbaro de Robert E. Howard ha desarrollado una fecunda faceta como adaptador de obras literarias. Thomas adapta aquí con extrema fidelidad (diálogos incluidos) el guión cinematográfico de James V. Hart, añadiendo algunos detalles adicionales pertenecientes a la novela de Stoker –los textos de apoyo que, mediante el uso de diferentes formatos de letra, reproducen la narración epistolar a cargo de distintos personajes en el original literario- así como escenas recortadas y/o eliminadas del film en la sala de montaje –como el reencuentro en Londres de Jonathan Harker y un Drácula trasformado en murciélago gigante o varios de los escarceos amorosos entre el vampiro y Mina Harker- que añaden interés extra para el lector cinéfilo.


Pero es la espectacular labor de Mignola lo que ha convertido a esta miniserie de cuatro ejemplares en objeto de culto. Editada en España por Ediciones B a rebufo del estreno del film, en formato tomo de tapa dura con sobrecubierta pero carente de extras –ni siquiera las portadas originales o el prólogo y epílogo firmados por Coppola y Hart-, el cómic pasó ampliamente desapercibido en el momento de su publicación. Sin embargo, su relativamente reducida tirada así como su condición de merchandising perecedero y sujeto a unos derechos que implicaban a productoras cinematográficas, editoriales extintas –Topps clausuró su división de cómics en 1998- y enrevesadas maniobras de copyright se han encargado de convertirlo en una rareza prácticamente inaccesible y muy, muy cotizada. A falta de un editor valiente que se atreva a intentar deshacer semejante nudo gordiano, el Drácula de Thomas & Mignola sigue siendo, veinticinco años después, una quimera deseada por muchos y disfrutada por pocos.


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