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Vengadores: Infinity War - El megacrossover definitivo

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 29/04/2018

Diez años después de echar a andar desde aquella breve escena post-créditos que cerraba el metraje de Iron Man (2008), el universo Marvel cinematográfico alcanza una suerte de clímax con el estreno de Vengadores: Infinity War (2018), donde los distintos elementos argumentales que han ido perfilando las aventuras de cada personaje, los pequeños nexos de unión entre las mismas y las semillas cuidadosamente plantadas a largo plazo por la férrea planificación del productor Kevin Feige y sus diferentes creativos fructifican en forma de un blockbuster al que pocas veces el apelativo de “espectacular” la ha sentado tan ajustado.


Se antoja un tanto difícil poder valorar por sí solo el film, pues estamos hablando no ya de la tercera entrega de la saga titular iniciada con Los Vengadores (2012), sino del último eslabón de una cadena formada por diecinueve entregas de diferente envergadura y/o trascendencia argumental en los sucesos que llevan al inicio de la presente película. Lejos de esconder el peso de tan enorme connotación, los hermanos Russo y sus guionistas deciden abrazar dicha naturaleza –más propia de los seriales cinematográficos de antaño- convirtiendo Infinity War en una suerte de tercer acto que une y resuelve las cuentas pendientes planteadas por el desenlace de franquicias individuales como Capitán América: Civil War (2016), Guardianes de la Galaxia Vol. 2 (2017) y Thor: Ragnarok (2017) mientras afianza los primeros pasos dados en Doctor Strange (2016), Spiderman: Homecoming (2017) y Black Panther (2017).


Tomando como punto de partida el trabajo de Jim Starlin en El guantelete del Infinito –mas unas gotas de Infinito de Jonathan Hickman-, el guión de Christopher Markus y Stephen McFeely presenta una premisa de lo más básica consistente en seguir a Thanos y sus esbirros de la Orden Negra mientras recolectan una a una las diferentes Gemas del Infinito que permitirán al Titán loco alcanzar la omnipotencia y hacer realidad su meta de eliminar a la mitad de los seres vivos del universo. A lo largo de sus dos horas y media de metraje, la cinta distribuye a una veintena de personajes por diferentes set-pieces buscando sabotear los esfuerzos del villano. Set-pieces cargadas de acción pero cuyo foco no está tanto en su espectacularidad estética apoyada por el despliegue de efectos especiales como en la interacción de unos personajes muy diferentes entre sí. Lejos de homogeneizar a sus héroes al servicio de su trama, Infinity War preserva la personalidad desarrollada por estos en sus títulos individuales: el idealismo del Capitán América, la chulería de Starlord, la inocencia adolescente de Spiderman, la erudición a ratos cortante del Dr. Extraño, la ambigüedad de Loki… independientemente del tiempo que gocen en pantalla, la personalidad de todos ellos mismos es perfectamente reconocible a cada momento y el film logra que todos aporten algo al conjunto, sin que ninguno de sensación de relleno y/o pegote prescindible.


Sin embargo, la verdadera sorpresa que se reserva el film es que posiblemente el personaje más trabajado de todo el conjunto sea el propio Thanos. Si bien Thor y Gamora proporcionan a Chris Hemsworth y Zoe Saldana notables momentos de introspección dramática, es el villano de la función –aspecto generalmente criticado a la mayoría de films Marvel previos- quien se lleva la palma. Modificando ligeramente su personalidad respecto a los cómics para transformar su obsesión amoroso/religiosa por la Muerte en una suerte de cruzada idealista para preservar el equilibrio de la vida (aunque ello implique exterminar a incontables billones de seres), el Thanos cinematográfico supera las expectativas creadas por sus fugaces apariciones previas, desvelándose con un personaje con una interesante lógica que justifica sus acciones y con una personalidad repleta de interesantes matices. Algo aún más extraordinario si tenemos en cuenta que estamos hablando de un personaje generado por CGI pero que logra transmitir el resultado de una interpretación completa a partir de los movimientos y la voz de Josh Brolin (sin desmerecer el doblaje al castellano, la versión original en inglés se hace aquí aún más relevante).


Alternando el gran espectáculo con instantes dramáticos y golpes de humor estratégicamente distribuidos, Infinity War es un circo de múltiples pistas que los Russo ejecutan con un ritmo endiablado sin caer en lo repetitivo ni epatar al espectador hasta el punto de lograr su desconexión. Todo lleva a la gran batalla narrada en dos localizaciones paralelas (Wakanda y Titán) que culmina en uno de los desenlaces más valientes y anticlimáticos que servidor recuerda haber visto en un blockbuster en mucho tiempo. Si no fuese porque la propia Marvel ha devaluado la carta de la muerte de un personaje demasiadas veces en las viñetas y la certeza de que hay una siguiente entrega ya rodada y lista para su estreno dentro de un año, el desenlace de Infinity War sería recordado como uno de los mayores shocks cinematográficos jamás vistos en una producción de este tipo. Algo que sin embargo no resta impacto dramático de cara al espectador que ha seguido a los protagonistas de esta historia durante una década.

Sin querer entrar en la discusión entre arte y entretenimiento que una producción de estas características suele provocar entre la llamada crítica “seria” (sic) y la opinión popular, Vengadores: Infinity War supone un acontecimiento cinematográfico sin precedentes y de una entidad innegable que confirma las virtudes de un modelo creativo muchas veces imitado en los últimos años sin alcanzar nunca sus resultados. Resultados fruto de un cuidado por el detalle y una inteligente planificación a largo plazo (véase la sorprendente identidad del guardián de la Gema del Alma: un personaje perteneciente a la fase uno al que ni los marvelitas más obsesivos esperaban volver a ver) que sabe esperar para recoger sus frutos en lugar de forzar la maquinaria y matar a la gallina de los huevos de oro. Como lector de cómics y como espectador ha sido doblemente placentero llegar hasta aquí. Crucemos los dedos porque lo que está por venir mantenga como mínimo el mismo listón.


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