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Balas Perdidas: La virtud del noir cotidiano

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 16/06/2018
La Atalaya del Vigía

Con el anuncio por partida doble de un nuevo volumen de Balas Perdidas así como la reedición de su descatalogado primer tomo recopilatorio, Ediciones La Cúpula pone fin a doce años de espera para aquellos lectores que nunca habíamos tirado la toalla sobre el regreso del título estrella de David Lapham. Una espera en buena parte condicionada por la peculiar e intermitente publicación original de una serie atrapada entre el respaldo de la crítica y su magro éxito comercial.

Escrita, dibujada y autoeditada por el propio Lapham a través de su sello editorial El Capitan Books, la serie nació tanto del amor de su creador por la serie negra como del deseo de crear una historia propia sin injerencias editoriales tras sus primeras experiencias profesionales en la Valiant de Jim Shooter. En 1995 vio la luz el primer número de Balas Perdidas, una historia contemporánea sobre Joey y Frank, dos sicarios que se encargan de liquidar a gente en nombre de un mafioso llamado Harry. Una historia que se complicaba inesperadamente cuando un desequilibrado Joey comenzaba a añadir víctimas adicionales y convertía un trabajo rápido y fácil en una inesperada y violenta masacre.


La historia de Joey era solamente la primera pieza de un complejo mosaico que, a lo largo de los siguientes números, iría saltando adelante y atrás en el tiempo a través de diversos protagonistas, que incluyen a personajes como la traumatizada Virginia Applejack, el frío asesino Spanish Scott (sic), su casquivana hermana Rose, el brutal matón Monstruo (sic), el inestable triángulo formado por Orson, Beth y Nina -novia de Harry-, el atracador Led… personajes relacionados por parentesco, amistad o la más simple y desafortunada casualidad sobre los que Lapham iba tejiendo un red cada vez más enrevesada desarrollada entre finales de la década de 1970 hasta mediados de los años noventa. Curiosamente el autor se asegura de que cada entrega funcione como pieza de un puzzle mayor encajado sutilmente –aprovechando los saltos temporales para crear intriga y elaborar inesperados giros argumentales- pero que, al mismo tiempo, cada número sea perfectamente disfrutable como historia autoconclusiva.


Su retrato seco y realista de la violencia y las consecuencias físicas y psicológicas que la misma tiene sobre los personajes aleja a la serie de la estilización del género vista en autores como el Frank Miller de Sin City. Por otro lado, su verosímil retrato de personajes y escenarios cotidianos violentados por elementos criminales la alejan del recurso a atmósferas y aspectos visuales propios de la icónica estética heredada del cine clásico. El dibujo en blanco y negro de estilo sencillo y con una narración académica (utilizando de manera casi omnipresente una planificación de página de ocho viñetas en dos columnas) contribuyen a proporcionar ese tono costumbrista, casi documental, que hace que el lector se identifique claramente con los personajes y sus desventuras.


Asesinatos, robos, ajustes de cuentas, sobredosis, infidelidades y demás acciones características del noir narradas por Lapham con un ritmo versátil tanto a la hora de administrar la información de los diálogos como en lo referido a la planificación visual de cada secuencia. Mención aparte merecen los números dedicados a Amy Racecar, alter ego ficticio de la citada Virgina Appeljack. Una suerte de cómic dentro del propio cómic que el autor usa como ocasional paréntesis narrativo mediante historias que rompen el tono de la cabecera, con un estilo fantástico y humorístico donde la sobriedad narrativa es sustituida por diversión salvaje repleta de referencias a la cultura pop. Un anexo al que el propio Lapham consagraría dos especiales fuera de colección editados a todo color.


Publicada de manera intermitente durante una década, en 2005 Lapham anunció su intención de aparcar la serie tras la publicación del #40, a un solo capítulo de concluir el arco argumental iniciado nueve entregas antes. Pese al prestigio obtenido por la crítica refrendado por varios premios Eisner, económicamente la empresa se había vuelto inviable para su autor, que pasaría a centrarse en trabajos como guionista freelance para editoriales como Marvel, DC, Avatar Press y Dark Horse. Hubo que esperar a 2014 para que Lapham recuperase su título estrella bajo el paraguas editorial de Image Comics con la publicación del ansiado #41, la reedición en tomo de las anteriores entregas y una miniserie de ocho entregas subtitulada Killers. Esta última sería seguida un año después por una nueva cabecera regular subtitulada Sunshine & Roses que en la actualidad acaba de publicar su #35. Una larga pausa que parece no haber desgastado la calidad de la serie ni el entusiasmo creativo del autor.

En España Ediciones La Cúpula se ocupó de la publicación, primero en forma de números sueltos y luego en cuatro tomos recopilatorios que alcanzaban las treinta primeras entregas -los especiales a color de Amy Racecar fueron seriados en las páginas de la emblemática revista El Víbora-. Su retorno al panorama editorial español es sin duda una de las mejores noticias del año, suponiendo una oportunidad de oro para (re)descubrir uno de los mejores cómics de serie negra de los últimos veinte años.


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