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Y, El Último Hombre: Apocalipsis emasculado

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 15/09/2018
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Aunque ligada inicialmente al género del terror, la inercia creativa de la línea Vertigo de DC acabó inevitablemente abriéndose a géneros como la serie negra, la fantasía, el western o la ciencia ficción. Uno de sus principales hitos referidos a esta última modalidad fue Y, El Último Hombre, historia postapocalíptica con la que Brian K Vaughan y Pia Guerra hablaban asimismo sobre las relaciones de género entre hombre y mujeres.

Y, El Último Hombre parte de una premisa tan sencilla que lleva a preguntarse porque nadie la había desarrollado antes: una letal y desconocida plaga asesina a todos los mamíferos masculinos del planeta de forma súbita. Todos excepto dos: Yorick Brown, un joven norteamericano aficionado al escapismo y Ampersand, su mono capuchino mascota. Convertido en la única esperanza para el futuro de la especie humana en un mundo sumido en el caos tras la extinción masiva de la mitad de su población, el protagonista emprende un viaje junto a la Agente 335 impuesta para su protección y la científica Allison Mann para intentar comprender el origen de la plaga y el secreto de la supervivencia de Yorick. Sin embargo este último solo puede pensar en reunirse con su novia Beth, quien se encontraba en Australia cuando se desató la plaga.


A lo largo de toda la serie Vaughan juega al misterio con el origen de la plaga, llegando a poner en boca de sus personajes diferentes explicaciones como un ataque biológico provocado por China, un cataclismo ecológico, una maldición mística o el rapto bíblico entre otras pero sin decantarse claramente por ninguna. Tampoco le hace falta pues en realidad se trata de un simple mecanismo argumental para construir un escenario distópico que le permita contar lo que verdaderamente le interesa. Así, con las mujeres tomando, les guste o no, el mando absoluto del mundo tras la muerte de miles de millones de hombre, el guión explora los roles de género masculinos y femeninos en la sociedad pasada y presente así como la manera en que han sido cosificados en aspectos como la educación, el trabajo, la religión, la política, la sexualidad o el arte.


Narrada en formato road movie siguiendo el viaje por EE.UU. –y posteriormente por China y Francia- del trío protagonista, la serie dispone una gama de personajes secundarios que ejemplifican diferentes aspectos de la feminidad potenciados por ese escenario único. Personajes como la política Jennifer Brown, madre de Yorick y presidenta de facto de los EE.UU. tras la muerte de sus colegas masculinos; Hero Brown, hermana de Yorick y psicológicamente desequilibrada por sus carencias familiares y el vuelco social provocado por la plaga; Alter Tse´elon, militar israelí que ve en la captura del protagonista la clave para la supervivencia de su nación; o Victoria, líder de las Hijas de las Amazonas, grupo de ultrafeministas que buscan erradicar por completo lo masculino liquidando al último macho. Todas ellas así como otras que Yorick y sus compañeras van encontrando en su odisea permiten al guionista exponer las diferentes posturas en la guerra de sexos y dar la vuelta a ciertos tópicos generalmente asumidos, siendo el primero de los cuales la reconversión del protagonista masculino en el rol de la “damisela en apuros”, pasando personajes femeninos como la Agente 335 a ser los encargados de llevar las riendas de la acción y salvar la situación.


Buena parte de ese tino a la hora de examinar las diferentes facetas del carácter femenino denota sin duda la influencia de Pia Guerra, mujer encargada de poner en imágenes la trama con un estilo académico y funcional, de trazos sencillos y siempre buscando dotar del mayor realismo y verosimilitud a cada tramo de la historia. Incluso aquellos que muestran elementos más distópicos (las calles de la ciudad atestadas de cadáveres tras la plaga, las Amazonas y su estética de tribu motorizada). Cercana a la escuela de la línea clara y con preferencia por las viñetas de formato rectangular que dan al resultado un deje de pantalla cinematográfica, Guerra sienta unas bases visuales aparentemente sencillas pero enormemente sólidas y con detalles tan definitorios (el uso de viñetas con rótulos negros indicando lugares y fechas para señalar cambios de escena) que no solo favorecen el ritmo de la lectura, sino que crean una ambientación tan característica que sus ocasionales sustitutos a lo largo de la serie –Goran Sudkuza, Goran Parlov, Paul Chadwick- se ven obligados a respetarla a rajatabla tanto en lo estético como en lo narrativo.


Con un total de sesenta entregas publicadas entre 2002 y 2008, Y, El Último Hombre es por méritos propios uno de los títulos señeros de la línea Vertigo. Podrían señalarse ciertos defectos como la falta de ritmo en ciertos tramos –varios arcos argumentales, como el viaje en barco de los protagonistas hacia Asia, dan la sensación de haber sido inflados de cara a su posterior recopilación en tomo- o la sensación de que quedan cosas en el tintero a la hora de explorar todas las facetas posibles de ese nuevo mundo. Pero todo ello queda aparcado ante el acierto de la cabecera de centrarse en sus personajes, sus relaciones y ese viaje, físico, moral y emocional que describe la serie. Viaje que les lleva (y con ellos a los lectores) a reflexionar sobre nuestra condición de género y el manejo que hacemos (y nos dejan hacer) de la misma. Coincidiendo con el décimo aniversario de su conclusión, la nueva edición de la serie a cargo de ECC Ediciones supone una oportunidad perfecta para (re)descubrirlo.


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