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Glass: Superhéroes de autor

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 19/01/2019
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Cuando M. Night Shyamalan estrenó El Protegido (Unbreakable, 2000) nadie estaba preparado. A rebufo del fenómeno de El Sexto Sentido (1999) la siguiente obra de de cineasta de origen hindú, cuyo guión original se vendió por la cifra récord (aun no superada) de cinco millones de dólares, fue descrita por este como una carta de amor al cómic de superhéroes. Una película que descolocó a crítica y público en su estreno, cuya reputación creció con el tiempo y acabó dando pie de forma tan improvisada como interesante a una trilogía que casi dos décadas después acaba de culminar con el estreno de Glass (2019).


El Protegido narraba la historia de David Dunn (Bruce Willis), un tipo corriente que se convertía en el único y milagrosamente ileso superviviente de un terrible accidente ferroviario. El suceso le ponía en contacto con Elijah Price (Samuel L. Jackson), un enigmático personaje aquejado por una dolencia que hacía a sus huesos tremendamente frágiles. Una historia de suspense en torno al accidente y la propia naturaleza de Dunn que el director y guionista ponía en relación con la mitología superheroica de los cómics, prescindiendo de sus formas más llamativas y evidentes para buscar la expresión más esencial de su concepto.


No había uniformes coloridos con capas, ni espectaculares escenas de acción con exhibición de poderes sobrehumanos imposibles. Pero los elementos básicos (el origen fruto de un accidente, el nombre aliterativo del héroe, la existencia de un punto débil, la curva de aprendizaje de poderes, su ambigua relación con el villano, las taras físicas de este último, el apodo transformado en nombre clave…) estaban ahí para quien supiera verlos. Todo ello subrayado por una estudiada puesta en escena que sutilmente recreaba encuadres propios de viñetas y una fotografía y vestuario que, disimuladamente, colaban un código de colores puros típicos del cómic superheroico.

Erróneamente comercializada como un thriller de suspense ante un público masivo no familiarizado con el género (el actual boom del cine de superhéroes estaba a punto de arrancar), la película fue recibida con frialdad siendo revalorizada con el paso de los años. Curiosamente, mientras el film iba ganando enteros, la carrera de Shyamalan iba perdiendo lustre con títulos cada vez peor recibidos por crítica y taquilla. Así que cuando se estrenó Múltiple (Split, 2016) de nuevo el público no estaba preparado.

Nadie (salvo el propio director) sabía que lo que inicialmente parecía un film de suspense en torno al secuestro de tres adolescentes por parte de un perturbado con un caso extremo de trastorno de identidad disociativo era en realidad un retorno al terreno de aquella obra previa. Con una matizada interpretación por parte de Anya Taylor-Joy como la atormentada víctima Casey Cooke y un recital interpretativo por parte de James McAvoy usando una increíble gama de registros y lenguaje corporal para encarnar las distintas personalidades de Kevin Wendell Crumb, la película fue celebrada como un retorno a la mejor forma del realizador… antes de que su giro final marca de la casa lo cambiase todo. La aparición en la última secuencia del personaje de Willis obligaba a reevaluar Múltiple no ya como una historia fantástica que justificaba la falta de verosimilitud de algunos pasajes del guión, sino que la convertía el segundo acto de una historia de orígenes donde, tras presentar a un (super)villano, todo quedaba preparado para su inevitable enfrentamiento con el héroe.


Y así llegamos a Glass, donde Shyamalan cruza las historias y personajes de los dos títulos previos para dar una nueva vuelta de tuerca a este insólito universo cinematográfico compartido con la que vuelve a reflexionar sobre los conceptos básicos del género superhéroico y los mecanismos narrativos del 9º arte mientras reivindica la legitimidad de las viñetas como un medio creativo trascendente. Así, tras un primer enfrentamiento, Dunn y Kevin acaban encerrados en el mismo psiquiátrico donde el maquinador Elijah ve la oportunidad de retomar sus planes.


Planteada como una historia de suspense, el guión juega hábilmente con la credibilidad de su premisa poniendo en duda la misma a través del personaje de la psiquiatra Ellie Staple (Sarah Paulson) y apostando por unas escenas de acción que subrayan la fisicidad y verosimilitud antes que la espectacularidad. Algo que propicia una visión del género que recuerda a la reformulación adulta del cómic de superhéroes en los ochenta a manos de autores como Alan Moore y Frank Miller. El papel de los sidekicks (Casey, el hijo de David, la madre de Elijah) y su relación con los protagonistas, la puesta al límite de las habilidades sobrehumanas, el retorcido plan maestro del villano, el impacto de seres sobrehumanos en la sociedad, la (retro)continuidad respecto a obras previas (que incluye un inteligente uso de escenas descartadas de El Protegido) y otros detalles definitorios del género vuelven a ser desnudados aquí de su estética más fantástica (aunque el uso de colores puros y encuadres icónicos sigue jugando un papel importante en la narración) y son puestos sobre la mesa para su análisis hasta llegar a una valiente conclusión llena de giros donde llama la atención como lo que parecía una historia de superhéroes realista y crepuscular propia de la Edad de Bronce tiene la valentía de recuperar el brillo, inocencia y esperanza de la Edad de Oro.


En pleno apogeo fílmico de universos superheroicos compartidos por parte de Disney/Marvel y Warner/DC y contando con medios considerablemente más modestos pero unas ambiciones argumentales mucho mayores, la trilogía protagonizada por el Protector, la Horda y Don Cristal supone una delicatessen que los fanáticos del cómic de superhéroes disfrutarán leyendo entre líneas sus detalles metanarrativos mientras invita a los neófitos a descubrir las múltiples capas y niveles narrativos que género atesora debajo de su superficie más colorida y grandilocuente. Una de las mejores y más agudas adaptaciones del cómic de superhéroes –sin partir directamente de ninguna de sus obras- que dignifica al mismo. Solo queda esperar que esta vez no tengan que pasar de nuevo veinte años para que algunos se den cuenta.


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