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El Metabarón: Las virtudes del cambio

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 03/02/2019
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Una de las características distintivas del cómic europeo en su variante francobelga es la de que una serie suele quedar indiscutiblemente ligada a la figura de sus creadores. Aunque en tiempos recientes ha habido ejemplo notables de “paso de la antorcha” (Blueberry, XIII) la impresión generalizada cuando una cabecera de renombre pasa a manos de un recién llegado es la de cierta devaluación de la obra original. Quizá por eso muchos levantaron la ceja con incredulidad cuando la editorial Les Humanoides Associes anunció la creación de un nuevo ciclo de historias sobre el Metabarón sin la participación de su creador, el polifacético Alejandro Jodorowsky. Craso error.


En realidad la condición de producto derivado no era ajena a la franquicia, pues la celebrada saga de La Casta de los Metabarones escrita por Jodorowsky e ilustrada por Juan Giménez ya era un derivado de El Incal, (emblemático título del propio Jodorowsky junto a Moebius) centrado en explorar el trasfondo de uno de los personajes secundarios de esta última. La historia del Metabarón, el guerrero más temido de toda la galaxia debido a su fama de invencible era narrada mediante la descripción de un árbol genealógico regado con sangre y épica donde la space opera más espectacular se daba la mano con intrigas políticas y referencias mitológicas/religiosas. El éxito dentro y fuera de Francia llevó al anuncio de una serie regular que iba a ser dibujada por el norteamericano Travis Charest pero que, debido a la poca profesionalidad de este último, acabó reducida a un único álbum que tardó un lustro en ser publicado.


Tras casi una década en barbecho, finalmente la editorial decidió recuperar al personaje confiándolo por primera vez en manos ajenas a las de Jodorowsky. Más allá de dar el visto bueno y bosquejar una premisa a grandes rasgos, el desarrollo de este nuevo ciclo no corresponde al autor chileno sino a Jerry Frissen, guionista norteamericano afincado en Bélgica que encaró esta nueva etapa con un gran respeto a las obras precedentes pero también con la saludable intención de llevar al personaje y la franquicia hacia nuevos terrenos. Enfrentado al imperio galáctico para el que antaño trabajó Sin Nombre, el último y actual detentador del título de Metabarón, decide regresar al planeta Marmola, cuna de su linaje y único lugar del universo donde se encuentra la Epifita, material antigravitatorio imprescindible para los viajes espaciales.


La trampa que el Tecnoimperio tiende al guerrero ocupa las dos primeras entregas que, a su vez, forman el primer ciclo de esta nueva etapa. Centrada en los contrincantes del protagonista, que incluyen al cibernético Tecnoalmirante Wilhelm-100 y a Khonrad, un clon del propio Metabarón, Frissen demuestra conocer a fondo la continuidad de la saga (los escenarios, las referencias, el cruel entrenamiento de Khonrad, similar al del propio Metabarón) pero se despega del tono cargado de simbolismo esotérico tan propio de Jodorowsky para apostar por unos guiones más elaborados que incluyen tramas paralelas, intrigas llenas de giros y un mayor desarrollo de los personajes secundarios (como es astuto científico Tetanus, esclavo del Tecnoalmirante y creador de Khonrad) que acercan el resultado a la obra de novelistas como Robert Heinlein, Larry Niven o Joe Haldeman.


Planificada en cuatro ciclos de dos entregas cada uno, el apartado gráfico del primero de ellos corresponde a Valentin Sécher, cuyo trabajo de corte casi fotorrealista continua la línea de realismo futurista de su trabajo previo en Khaal, cabecera con más de un punto de conexión temático con la que nos ocupa. Las páginas de Secher cuentan con la curiosa paradoja de ser capaz de imprimir fluidez a las espectaculares escenas de acción pese a cierta rigidez en su narración. Un punto flaco que el dibujante del segundo ciclo, el canadiense Niko Henrichon (Fábulas), subsana mediante una estética que pierde en realismo espectacular lo que gana en expresividad, dando pie a un cambio de tono parejo al de la personalidad de los dos nuevos antagonistas: el Tecnocardenal Ornato-8 (que esconde un secreto que afectará profundamente al protagonista) y Simak, ser sintético con sus propios planes para el Imperio que implican al protagonista.


El regreso de Secher en el quinto tomo implica también un regreso a la preponderancia de la acción espectacular del ciclo inicial, con el protagonista desplazado a un universo alternativo donde explora los orígenes de su casta mientras se ve obligado a hacer un sacrificio que le llevará a perder su propia identidad. Este tercer ciclo, cuya conclusión acaba de publicarse en nuestro país de la mano de Yermo Ediciones, deja al lector en vilo de cara al cuarto y supuestamente último ciclo para cuya parte gráfica en su momento se anunció el nombre de Esad Ribic (Namor). El buen hacer de unos guiones que saber conservar las características definitorias de la saga añadiéndoles un ritmo y construcción narrativa más elaborados; el interesante apartado gráfico, tan diverso en estilo como consistente en su alto nivel; y la estupenda edición (color, encuadernación, calidad del papel) han revitalizado un título que muchos daban por finiquitado convirtiéndolo de nuevo en una de las cabeceras más estimulantes del cómic europeo en general y de ciencia ficción en particular.


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