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Bruce Wayne: ¿Asesino? – El (fugaz) cambio necesario

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 20/04/2019
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Dentro de sus habitualmente profusas novedades relacionadas con Batman, ECC Ediciones acaba de recuperar en una lujosa edición Bruce Wayne: ¿Asesino?, evento que junto a su inmediata secuela Bruce Wayne: Fugitivo marcó no solo el clímax de una de las mejores etapas creativas del Hombre Murciélago, sino también un punto y aparte en la caracterización del personaje a lo largo de toda su trayectoria.

A principios del nuevo siglo, tras la sacudida en todos significados del término que supuso Tierra de Nadie y la posterior marcha de Dennis O´Neil como editor jefe tras casi veinte años, la franquicia del Hombre Murciélago atravesaba uno de sus momentos más dulces. Las tres series regulares protagonizadas por el Caballero Oscuro –Batman, Detective Comics, Gotham Knights- gozaban de los guiones de Greg Rucka, Ed Brubaker y Devin Grayson acompañados por lápices tan interesantes como los de Scott McDaniel, Steve Lieber, Rick Burchett y Roger Robinson. Una etapa centrada en primar los elementos de serie negra de las tramas sobre los superheroicos, en ofrecer un dibujo más centrado en la narración que en el impacto estético y en trabajar un enfoque introspectivo sobre la dualidad entre Bruce Wayne y su alter ego enmascarado. Tres características que definieron la respuesta de dichos autores cuando en 2002 la editorial les exigió un nuevo evento centrado en el personaje.


Amantes fervientes del género policiaco, el trío formado por Rucka, Brubaker y Grayson planificó una enrevesada intriga destinada a demoler el estatus quo del personaje mediante una de las convenciones más famosas de la literatura criminal: la del falso culpable. Cuando Vesper Fairchild, una de las habituales parejas del playboy millonario Bruce Wayne, aparece asesinada todas las pruebas apuntan al propio Wayne como responsable. Pruebas que ni Batman ni ninguno de sus asociados son capaces de desmentir poniendo en un serio brete al Hombre Murciélago: el de no poder demostrar su inocencia sin desenmascarar al mismo tiempo su secreto como luchador contra el crimen.

Tan peliaguda premisa tendría su inicio en un especial promocional pensado para atraer a nuevos lectores de inequívoco título Batman: The 10 Cent Adventure y se extendería a lo largo de los meses siguientes tanto en las tres series principales como en otras cabeceras relacionadas con la franquicia como Nightwing, Robin, Aves de Presa y Batgirl (en aquel momento escritas por Chuck Dixon) donde, al encarcelamiento y posterior fuga de Wayne, se unen las pesquisas de sus aliados para intentar encontrar al verdadero culpable. Pero más allá de los inevitables giros de la intriga lo que sobresalía en esta historia era el tratamiento psicológico que los autores imprimieron al protagonista.


Puesto contra la espada y la pared, Batman decidía renunciar a su identidad como Bruce Wayne. Una idea, la de que en realidad Bruce es el disfraz de Batman y no al revés, que llevaba años planeando sobre el personaje principalmente a raíz de la relectura realizada por Frank Miller en la década de los ochenta. Haciendo uso de su pericia los guionistas consiguieron darle la vuelta a dicha concepción, hurgando dentro de la máscara y devolviendo la importancia a aquel niño que vio cómo sus padres eran asesinados.

Mediante una trama paralela que ponía al justiciero en contacto con el detective que investigó la muerte de sus padres, el argumento hacía hincapié en el proceso de reafirmación del hombre de carne y hueso bajo el disfraz. No solo mediante la introspección del protagonista sino también a través de la interacción con sus aliados y amigos, quienes muestran sentimientos encontrados a la decisión de Batman de “matar” a Wayne. Personajes como Alfred, Dick Grayson o Selina Kyle se revelan aquí definitivamente como la forma del héroe de tener una familia propia que supla a aquella que perdió violentamente en su infancia. Por ello no importa tanto que la conclusión descubra al verdadero asesino y limpie el nombre de Bruce Wayne como que el desenlace conceda una catarsis al protagonista con Batman logrando finalmente hacer las paces consigo mismo y pasar página sin renunciar por ello a su condición de superhéroe.


Como es costumbre en un crossover, la historia sufre el peaje habitual de los eventos editoriales en forma de capítulos de relleno -los cruces a cargo de Dixon, aunque competentemente escritos y dibujados, resultan superfluos- y cierta disparidad gráfica por parte de un grupo de ilustradores de estilos muy distintos. Quizá no eran necesarios ocho meses y tres series (más cruces) para contar esta historia. Pero que tras seis décadas e incontables historias DC consiguiera dar una nueva vuelta de tuerca a tan icónico personaje, descubriéndonos una nueva faceta del mismo y haciéndolo de forma tan convincente, se antoja como algo no ya bienvenido sino incluso necesario. Servidor apostaría a que más allá de las habituales referencias ilustres –Año Uno, La Broma Asesina, El Largo Halloween- Christopher Nolan tomó nota de esta visión del personaje a la hora de desarrollar su trilogía cinematográfica en la que, como aquí, Bruce Wayne tiene tanta importancia o más que su alter ego enmascarado.

Por desgracia la posterior marcha de los autores de la editorial y la necesidad de los editores de reinventar la rueda periódicamente para no matar la gallina de los huevos de oro malograron parte de los méritos de esta etapa. Pero ello no resta un ápice al disfrute de la misma, de la cual esta historia supone el punto álgido de lo que puede considerarse sin reticencias como una de las mejores épocas del personaje.


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