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Astro Boy: La piedra fundacional del manga

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 25/05/2019

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Es muy difícil concretar en pocas palabras la verdadera dimensión de Astroboy, manga escrito y dibujado por Osamu Tezuka. No fue el primer manga de la historia. Ni siquiera la primera obra de su autor. Sin embargo, de forma similar a la de Will Eisner con The Spirit en el cómic norteamericano, esta creación del llamado “Dios del manga” sentó unas bases narrativas y estéticas que se convirtieron en la gramática básica para todo el manga posterior y cuya adaptación animada hizo lo propio con el anime. Una obra de peso innegable cuya influencia es rastreable aún hoy y que acaba de ser recuperada por Planeta Cómic.


Astroboy (Tetsuwam Atomu en el original japonés) tuvo su origen en 1951 en Atom Taishi (Embajador Átomo) publicado en la revista Weekly Shonen magazine de la editorial Kodansha. Una serie donde Tezuka daba rienda suelta a su pasión por el género de ciencia ficción mediante una historia futurista donde una raza de seres alienígenas llegan a la Tierra desde un mundo paralelo. Dentro del reparto de la misma, Tezuka creó el personaje de un pequeño androide que acaba por ejercer como mediador en el conflicto que se desata entre ambos bandos. La serie concluiría al año siguiente pero el personaje de Astroboy llamó poderosamente la atención de unos lectores que pedían saber más sobre el personaje. Así que acto seguido, Tezuka lanzaría dentro de la misma revista un nuevo serial donde se narraría el origen y nuevas aventuras del niño androide.


Ambientada en un hipertecnológico y (en aquel entonces) lejano futuro año 2003 donde los androides son algo común, la nueva serie reformuló al personaje mediante un origen que narraba su creación a manos de Dr. Umataro Tenma, un genio científico que construía al androide protagonista como una réplica de su fallecido hijo Tobio. Sin embargo, tras darse cuenta que el androide nunca podrá reemplazar a su retoño lo abandona. Tras ser recogido por el bondadoso Dr. Ochanomizu, científico a cargo del Ministerio de ciencias de Japón, quien descubre que el pequeño androide no solo posee una capacidades tecnológicas sin parangón, sino también la capacidad de sentir como un humano. Rodeado por una serie de personajes secundarios con los que construye una familia, el protagonista pronto se verá envuelto en toda clase de aventuras que implican usar sus poderosas habilidades contra androides malignos, científicos locos, invasores alienígenas y toda clase de amenazas fantásticas.


Enfocada claramente a un público juvenil con grandes dosis de acción y aventura, lo cierto es que, pese al tono blanco e inocente que caracterizaba sus historias, el inquieto Tezuka no dudaba en colar aquí y allá elementos y temáticas de corte más adulto como la discriminación y los prejuicios sociales fruto de las tensiones entre humanos y androides, los peligros de la energía nuclear o la concepción de la familia y las relaciones entre padres e hijos en la figura del propio personaje y su entorno. Todo ello envuelto en historias cortas cargadas de acción y fantasía con un dibujo sencillo y de formas agradables pensado para niños pero lo suficientemente evidente en sus verdaderas intenciones para los adultos.


Precisamente el dibujo de la serie y su diseño de personajes con esa estética sencilla y estilizada, plagada de rostros de ojos enormes y expresivos fuertemente inspirada por los films de animación de Disney sentaría las bases gráficas por antonomasia del cómic japonés. Si los mangakas primigenios estaban más próximos a fuentes pictóricas, la inmensa parte a de autores posteriores interiorizaron la estética fuertemente influida por la animación occidental de Tezuka como base para sus propios estilos. Algo aplicable asimismo a la distribución de las viñetas en la página o al uso de recursos visuales como onomatopeyas y líneas cinéticas, todo ello en busca de una depuración visual capaz de sostener una narración por si sola incluso sin el apoyo del texto. Unos logros narrativos gigantes que tendrían su homólogo en el campo de lo audiovisual gracias a los logros de la adaptación del personaje a cargo del propio Tezuka emitida entre 1963 y 1966 y cuyas técnicas de animación no solo fueron rápidamente imitadas sino que se convirtió en el primer serial animado japonés en ser estrenado en occidente.


Publicada originalmente entre 1952 y 1968 con un total de 112 capítulos, el prolífico y siempre inquieto Tezuka retomaría el manga en dos ocasiones posteriores a principios de los setenta y ochenta respectivamente, llegando incluso a parodiar al propio personaje mediante una versión en forma de gato (Atom Cat) que supuso uno de sus últimos trabajos antes de su fallecimiento en 1989. Para entonces el personaje ya se había convertido en una suerte de icono nacional con el que se habían criado varias generaciones gracias tanto al manga como a sus sucesivas adaptaciones animadas y sobre el que ocasionalmente autores como Naoki Urasawa se han atrevido a revisitar aplicando una visión más sofisticada pero tremendamente respetuosa en obras recientes como Pluto. Pese al cinismo y el tono vetusto con que posiblemente el resabiado lector actual contemple aquellas aventuras originales, la lectura de Astroboy sigue garantizando una diversión sin complejos y con mucho más calado argumental del que parece a primera vista y cuyos valores narrativos se agrandan notablemente cuando se la coloca en su contexto como un trabajo pionero sin el cual todo el manga posterior sería muy diferente.

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