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Tintín: 90 años de un icono

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 01/08/2019
La Atalaya del Vigía

Resulta difícil a estas alturas escribir algo sobre Las Aventuras de Tintín que no haya sido dicho previamente más y mejor. El hecho de que haya expertos en los cómics bautizados como “tintinólogos” da una idea del peso y repercusión que el personaje creado por Hergé tiene no ya en el mundo del tebeo, sino también en el de la cultura popular a nivel global de los últimos 90 años. Pero ese estatus no siempre fue incontestable. Y de hecho la idea concreta del personaje que conocemos dista en muchos aspectos de aquel que apareció por primera vez en 1929.


Tintín nació de la mano de Georges Prosper Remi, un joven artista belga aficionado al dibujo desde su infancia que con solo veinte años comenzó a trabajar como ilustrador para Le Vingtiéme Siécle, un periódico católico ultraconservador. Poco después, los editores idearon un suplemento infantil llamado Le Petit Vingtieme encargando al joven ilustrador (quien solía firmar sus dibujos con el seudónimo de Hergé), la dirección del mismo. Hergé respondió al encargo creando una serie sobre un joven y ficticio corresponsal del propio periódico cuyos reportajes le llevaban por todo el mundo viviendo aventuras.


Publicadas en blanco y negro con un dibujo aún tosco y sin apenas detalles, las primeras aventuras del personaje fueron serializadas semanalmente en el suplemento durante los doce siguientes años junto a otras creaciones de Hergé -Quick & Flupke, Las Aventuras de Jo, Zette y Jocko- más humorísticas y protagonizadas por personajes infantiles. Pero desde el principio fueron Tintín y su perro Milú quienes se llevaron toda la popularidad. Este primer ciclo de aventuras, que va de Tintín en el País de los Soviets hasta El Cetro de Ottokar, ya incluye rasgos autorales como el gusto por aventuras exóticas, elaboradas secuencias de acción y un gran ritmo narrativo heredado de la afición de Hergé por el cine. También hace gala de un trasfondo histórico/político muy discutido a posteriori, en especial por la visión partidista y poco benévola que se hace de varios de los países visitados por el protagonista. Asesorado por los editores y con apenas fuentes de documentación a su disposición, esas primeras aventuras hacían gala de elementos colonialistas, anticomunistas e incluso racistas. Un enfoque que el autor poco a poco comenzaría a virar hacia latitudes más progresistas, incluyendo un trabajo de documentación cada vez más exhaustivo y añadiendo incluso cierta crítica política referente al ascenso del fascismo que recorría Europa durante los años 30.


Tras el cierre de Le Vingtiéme Siécle por el estallido de la IIª Guerra Mundial, un Hergé desempleado trasladaría al ya entonces popular personaje a Le Soir, uno de los pocos diarios belgas autorizados durante la ocupación nazi. Durante el siguiente lustro el autor continuaría produciendo nuevas aventuras del personaje (algo que le llevaría a recibir acusaciones de colaboracionista) en las que para evitarse problemas eliminó el matiz político y las referencias a eventos históricos de la etapa previa, convirtiendo a Tintín en una suerte de explorador y rodeándolo de secundarios fijos como el Capitán Haddock y el profesor Tornasol. Fue también en esta época cuando Hergé comenzó a redibujar las primeras historias del personaje de cara a su publicación a color en formato álbum. Una labor de recreación que le llevó a resumir y/o eliminar páginas de las versiones originales mientras desarrollaba un influyente estilo de dibujo bautizado como “línea clara”, basado en la delimitación de las figuras, el uso de masas de color sin mezclas ni contrastes luminosos, una narrativa clásica y una estética gráficamente estilizada pero de tono realista. Una remodelación estética en la que estuvo acompañado en los fondos y el coloreado por asistentes como Bob de Moor, Roger Leloup y Edgar Pierre Jacobs, generando a posteriori otra polémica al negarse Hergé a acreditar la labor de estos últimos sembrando así la duda sobre la verdadera autoría del resultado.


Terminada la guerra y por mediación del editor Raymond Leblanc, Hergé fundaría la revista Tintín. Una cabecera que además de proseguir las aventuras del personaje supuso la plataforma de series y autores como Thorgal de Jean Van Hamme y Gregory Rosinski, Bruno Brazil de Greg y William Vance o Las Aventuras de Blake y Mortimer del ya citado Jacobs. Esta tercera etapa del personaje, que se inicia con El Templo del Sol y lleva hasta la muerte del autor en 1983, muestra un Hergé más experimental, eliminando contextos históricos y abriendo la serie a otros géneros como el espionaje (El Asunto Tornasol), la ciencia-ficción (Objetivo: La Luna/Aterrizaje en la Luna) o el fantástico (Vuelo 714 para Sidney) sin por ello olvidar elementos de crítica social (Stock de Coque). Fiel al estilo de línea clara Hergé también se atrevería con la mezcla de comedia y suspense (Las Joyas de la Castafiore) y el drama de toques intimistas y místicos (Tintín en el Tibet).


Para entonces Tintín ya se había convertido en un fenómeno internacional, traducido a más de sesenta idiomas y con múltiples adaptaciones en forma de series animadas, seriales radiofónico, dos poco memorables películas en imagen real y un estupendo largometraje de animación digital a cargo de Steven Spielberg. Dicho éxito unido a la pasión de Hergé por los viajes, su ajetreada vida personal y su cada vez más extensa labor de documentación a la hora de elaborar sus historias hizo que la publicación de los mismos se fuese espaciando cada vez más y más hasta alcanzar un total de veintitrés álbumes recopilatorios y una última obra -Tintín y el Arte-Alfa- que quedó inacabada tras el fallecimiento del autor y la voluntad explícita de este de que nadie retomase al personaje tras su deceso.


Pese a que Tintín no ha vivido ninguna nueva aventura desde la publicación de Tintín y los Pícaros en 1976, su vigencia es incontestable. Su influencia, directa o indirecta, entre los posteriores autores del cómic franco-belga es indeleble. El número de ensayos académicos sobre sus historias exceden con mucho a los de cualquier otro personaje de cómic europeo. Los homenajes, reconocimientos y merchandising sobre el personaje son incontables, incluyendo versiones no autorizadas de sus aventuras e incluso un museo propio a cargo de la Fundación Moulinsart, organización que gestiona los derechos del personaje desde finales de la década de los ochenta. Un personaje que ha sabido superar la barrera del tiempo incrustándose en la mente de varias generaciones, trascendiendo la barrera del medio que lo vio nacer e incluso la equivocada noción de este último como un simple entretenimiento infantil. De Las Aventuras de Tintín podemos cuestionar el tono blanco de sus historias, su concepción del mundo históricamente superada en muchos aspectos o los detalles más polémicos sobre su padre literario y sus métodos editoriales. Pero jamás podemos dudar de su eficacia como producto de entretenimiento y obra artística. Noventa años así lo certifican.


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