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Los Estados Divididos de Histeria: Pesadilla Americana

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 07/09/2019

Provocador. Transgresor. Explícito. Son alguno de los términos que describen la persona de Howard Chaykin y que se reflejan con mayor o menor intensidad en su obra. Inquieto y sin pelos en la lengua a lo largo de cinco décadas de carrera, su más reciente trabajo demuestra que pese a la edad sus colmillos siguen igual de afilados y capaces de inyectar el mismo veneno que antaño. Por ello Los Estados Divididos de Histeria vuelve a ser otra piedra de toque del artífice de American Flagg y Black Kiss con la que demuestra el poder del cómic como medio para hablar del mundo que nos rodea sin pelos en la lengua.


Publicada por Image Comics en forma de miniserie de seis entregas, Los Estados Divididos de Histeria hace honor a su esquizofrénico título contando la historia de Frank Villa, un mujeriego y arribista agente de la CIA de origen hispano que cae en desgracia tras fracasar al impedir un atentado terrorista. El resultado es la destrucción de la ciudad de Nueva York, provocando millones de muertos y una crisis social y económica que sumerge a los EE.UU. en el caos. Un escenario que ha sido orquestado por una coalición de enemigos internos y externos del país que incluye a supremacistas blancos, radicales afroamericanos, terroristas árabes y oligarcas rusos que planean rematar la jugada con un nuevo atentado. Para redimirse Villa reúne a un grupo clandestino formado por cuatro delincuentes convictos –un francotirador afroamericano, un estafador judío, una prostituta transexual y un asesino en serie vinculado a la mafia- cuyas conexiones con los diferentes grupos implicados le ayudarán a impedirlo siempre y cuando Villa impida que se liquiden entre ellos… o que le liquiden a él.


Comenzando por la propia naturaleza de los protagonistas y su disparidad racial, religiosa y sexual y siguiendo con el retrato de un país emborrachado con su propia posición de supremacía económica y militar, Chaykin narra una sátira con tintes de distopía demasiado pegada al mundo real como para que las risas resultantes no estén plagadas de nerviosismo e incomodidad. El veterano autor no se casa con nadie y dispara en todas direcciones sin hacer prisioneros, lanzando puyas a unas élites económicas y políticas a las que describe como inútiles, corruptas y/o directamente criminales. Pero también contra los miembros de esas minorías que se escudan en su condición de marginados para justificar sus propias tropelías. Y sobre todo hacia ese ideal conocido como el "Sueño Americano" pervertido por el capitalismo más salvaje y deshumanizado.

Empresas privadas usurpando funciones públicas, ejecuciones sumarias, vídeos pornográficos, disturbios raciales, quema de templos religiosos, ambigüedad sexual, escenas de sexo explícito, escatología… casi cualquier elemento escandaloso y capaz de suscitar la polémica tiene su aparición en la obra, comenzando por esas llamativas portadas que transgreden imágenes propagandísticas icónicas como la bandera estadounidense convertida en un burka, el monte Rushmore dinamitado por un escuadrón de drones o un mapa de EE.UU. con las barras rojas de la bandera convertidas en rastros de sangre.


En el plano visual Chaykin vuelve a hacer gala de los tics que le han acompañado en su carrera y que con el paso de los años parecen haber ido en aumento. Así tenemos unos protagonistas de físico intercambiable –todos los protagonistas masculinos de sus obras suelen parecerse entre si y, no por casualidad, a su vez todos recuerdan a una versión idealizada del propio Chaykin- y unas figuras cada vez más rígidas a las que el coloreado digital que el autor se empeña en usar durante los últimos años dan una sensación artificial. Sin embargo su talento como narrador continúa intacto, utilizando imágenes panorámicas, narraciones en paralelo, viñetas detalle con rostros en primer plano, una calculada repetición de planificación de pagina y otros muchos recursos para lograr una cadencia narrativa (véase los sucesivos primeros encuentros del protagonista con cada miembro del equipo) de corte cinematográfico. Asimismo llama la atención la inclusión de onomatopeyas y otros elementos visuales en los márgenes horizontales de numerosas viñetas a modo de ruido de fondo según el escenario de la acción –transmisiones electrónicas, gritos de turbas enfurecidas, música estridente, capturas de texto de redes sociales- que ilustran la vacuidad y sobreestimulación de la moderna sociedad digitalizada en la que vivimos. Irónicamente (¿o quizá no?) el reiterado uso de dicho recurso acaba provocando idéntica sensación en el lector.


Los Estados Divididos… habla de una sociedad mojigata, proclive a reaccionar sin pensar y a emitir juicios sin implicarse a la que Chaykin ha conseguido cabrear más allá de sus propias expectativas mediante una obra que, buscando señalar los males de los extremos de la sociedad norteamericana, le ha valido acusaciones de homófobo, racista e incitador de la violencia antes incluso de la aparición del propio cómic –la publicación promocional de una de las portadas, que mostraba a un personaje pakistaní ahorcado y con el pene mutilado, suscitó una enorme polémica en redes que obligó a la editorial a retirarla-. Editada en España por Dolmen Editorial en una lujosa edición acompañada de contenidos extra (y con un lujoso precio a juego), la presente obra supone un puñetazo sobre la mesa por parte de un autor insobornable cuya salvaje ironía e incorrección política construyen un espejo deformante de la actual sociedad occidental que nos devuelve un reflejo más parecido a la realidad de lo que nos gustaría admitir, pero que no deberíamos ignorar.


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