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Joker: Reír por no llorar

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 05/10/2019

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Resulta difícil hacerse una idea de lo que va a encontrarse en pantalla cuando finalmente uno se enfrenta al visionado de Joker (2019), nueva vuelta de tuerca cinematográfica al emblemático villano de DC Comics. Desde el anuncio de su concepción por parte de Warner como obra ajena a un universo cinematográfico DC que vaga cual pollo sin cabeza desde el fracaso de Liga de la Justicia (2017) a su victoria en el prestigioso festival de cine de Venecia alzándose con el máximo galardón, el torrente de informaciones sobre el film ha sido constante: una ruptura con las pautas habituales del cine de superhéroes; un homenaje a las primeras e intensas películas de Martin Scorsese; una visión tóxica de los actuales roles sociales; un panfleto revolucionario que incita a la protesta armada… opiniones todas ellas esgrimidas en su mayoría de oídas y ANTES de poder ver el film en cuestión (y que servidor no duda han sido potenciadas por la propia Warner buscando un mayor rédito mediático y económico).



Joker (2019) viene amparada por la firma como director y guionista de Todd Phillips, cineasta bregado hasta la fecha en el género de la comedia desmadrada. Sorprende en primera instancia que salga de su zona de confort para ofrecer la historia de un personaje cómico que sin embargo transcurre en un fondo tan amargo y deprimente como el de la Gotham del año 1981. Una Gotham carcomida por la pobreza, la delincuencia y la dejadez institucional pero que descarta su exagerada arquitectura gótica para darle un aspecto tan realista y funcional como deprimente y empobrecido. En dicho escenario nos presenta a Arthur Fleck (Joaquín Phoenix), personaje solitario, desgraciado y sin apenas recursos cuya única ilusión es la aspiración de convertirse en cómico profesional. Sin embargo su físico escuálido, su semblante inquietante, su falta de talento para la actuación en vivo y sus problemas mentales agravados por una asistencia médica incorrecta e insuficiente se convierten en una carga que progresivamente le arrastra a un pozo cada vez más profundo.


El guión firmado por Phillips y Scott Silver rehuye los tropos habituales del cómic desterrando por completo cualquier referencia más o menos directa a los múltiples cómics del personaje publicados durante sus ocho décadas de existencia. El film no presenta ninguna enrevesada trama criminal que deba ser frustrada por un justiciero enmascarado ni incluye llamativos escenarios cirquénses o gadgets fantásticos. Tampoco toma elementos de La Marca del Joker, La Broma Asesina, Una Muerte en la Familia u otras historias emblemáticas del personaje (más allá de algún guiño de vestuario a anteriores encarnaciones audiovisuales). Incluso la presencia de reconocibles elementos de la mitología de Batman como el papel de Thomas Wayne (Brett Cullen) representando a la clase pudiente, la breve aparición de un joven Bruce (Dante Pereira-Olson) o la escena final reinterpretando un momento clásico de la historia del cómic se notan más como añadidos forzados por el peso de la mitología ligada al protagonista (¿O son imposición del estudio?) que como parte significativa de la trama.


En realidad el Joker de Phoenix tiene más en común con otros trabajo del propio intérprete que con su versión en viñetas, como si se tratase del reverso negativo del entrañable solitario al que daba vida en Her (2013) o una versión amoral y descontrolada del justiciero de En realidad nunca estuviste aquí (2017). Phillips subordina todo el film al trabajo de Phoenix, quien alejándose de sus predecesores crea desde cero a un interesante personaje al que dota de personalidad mediante una composición tremendamente física. Una performance basada no solo en una llamativa transformación corporal sino también mediante detalles como esas carcajadas descontroladas que el espectador percibe como gritos de angustia o la inquietante rutina de poses de mimo que el personaje utiliza cuando necesita serenarse.


Con una trama que juguetea buena parte de su metraje con las ideas preconcebidas del espectador mediante una explosiva revelación familiar sobre los orígenes del protagonista que supone la gota que colma el vaso de su locura, Phillips y Phoenix narran la historia de un personaje repudiado por una sociedad feroz e impersonal. Un personaje que acaba llegando al extremo criminal empujado por la falta de empatía y convirtiéndose en símbolo involuntario y erróneo de la frustración e ira de la parte menos favorecida de esa sociedad. Y decimos erróneo pues la película deja bien claro (hasta el punto de verbalizarlo) que las acciones criminales del personaje son fruto de su propia inestabilidad mental antes que la toma consciente de una postura política. De hecho esas imágenes de turbas enfurecidas bajo disfraces de payaso invitan a reflexionar acerca del criterio (o falta del mismo) con el que se erigen ciertos iconos sociales.


Joker (2019) es por tanto un estudio de personaje al límite apoyado en un descomunal trabajo interpretativo de su siempre interesante intérprete. En términos estrictamente cinematográficos quizá no resulte tan incendiario ni desolador como esa Taxi Driver (1976) con la que machaconamente se la ha comparado. Y tal vez sea menos sutil y más de trazo grueso que esa El Rey de la Comedia (1983) que constituye su principal referente (explicitado mediante la presencia de Robert De Niro en un papel secundario que bien podría ser continuación del que encarnaba en aquella). En lo referente a adaptaciones de cómic mainstream merece sin embargo todos los aplausos por abrir una puerta a otros terrenos que reflejen la verdadera dimensión temática de la viñeta como medio narrativo capaz de ir más allá de blockbusters de acción para todos los públicos. Un lienzo creativo capaz de plasmar muchas otras temáticas y sensibilidades que los aficionados al noveno arte conocen pero que el espectador medio (ese que te hace superar los mil millones de recaudación) no parece concebir. Si se trata del inicio de una nueva vía o acabará siendo una excepción a la regla solo el tiempo (y la taquilla) lo dirá.


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