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Shaolin Cowboy: Surrealismo marcial

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 26/10/2019
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Resulta bastante difícil clasificar una obra como Shaolin Cowboy sin malinterpretar y/o reducir sus virtudes a la hora de hacer una reseña estándar. Casi tanto como resumir la ecléctica trayectoria de Geof Darrow, creador, dibujante y guionista de tan peculiar obra que actualmente está siendo recuperada para el mercado español por Norma Editorial en una lujosa edición en tres tomos que recopilan todo el material (buena parte inédito en nuestro país) publicado hasta la fecha de tan singular creación.

Formado en el campo de las series animadas –inició su carrera en la añeja Hanna Barbera- y cotizado diseñador artístico y de storyboards cinematográficos, su labor en el mundo de la viñeta es sin embargo poco conocida pese a haber ganado tres premios Eisner (uno como autor completo gracias al cómic que nos ocupa) y a sus colaboraciones con autores de la talla de Frank Miller y Moebius. Fue precisamente de la mano de este último que Darrow debutaría en el cómic mediante Bourbon Thret, personaje que a mediados de los ochenta aparecería en varias historias cortas bajo el título antológico de Comics and Stories publicadas en la emblemática revista Metal Hurlant. Bourbon Thret era un homenaje apenas velado a las antiguas películas japonesas de samuráis con una ambientación vagamente futurista y una línea argumental mínima sin apenas diálogos, con una estética mucho más sencilla que la que caracterizaría su posterior trabajo y en la que la influencia de su padrino Moebius era mucho más evidente.


Casi dos décadas después y como resultado de su buena relación como parte del equipo artístico de la trilogía Matrix (1999-2003), las hermanas Wachowski ofrecieron a Darrow publicar su propio cómic como parte del catalogo de Burlyman Entertainment, sello editorial creado inicialmente por las cineastas para publicar cómics basados en sus films. La respuesta de Darrow fue Shaolin Cowboy, una suerte de versión 2.0 de Bourbon Thret con apenas cambios –el protagonista tiene otro nombre, pierde su cabello pelirrojo y se acentúan sus rasgos asiáticos- que seguía las violentas desventuras de un monje shaolin expulsado de su orden y por cuya cabeza se ofrece una cuantiosa recompensa. Taciturno, bajito y de aspecto bonachón, su única compañía es una parlanchina y sarcástica mula bautizada con el rimbombante nombre de Lord Evelyn Winnieford III junto a la que vaga sin rumbo mientras enemigos de toda clase y condición salen a su encuentro.


Ambientada en un desértico escenario indeterminado -¿Un pasado irreal?, ¿Un futuro post-apocalíptico?-, la trama de cada entrega puede resumirse en una simple frase a modo de excusa para plantear escenas de acción estilizada caracterizada por lo explícito de su violencia y un sentido del humor que roza el surrealismo. La irónica construcción del personaje a quien todos parecen querer matar por los motivos más absurdos, los mordaces y referenciales “burrólogos” con los que la montura del protagonista abre cada episodio –escritos por las propias Wachowski durante la etapa inicial de la serie- o la increíble colección de adversarios que salen a su paso y que incluyen a un vengativo cangrejo practicante de Ju-Jitsu, un cadáver flotante cuya cabeza es independiente de su cuerpo, un reptil gigante que transporta una ciudad sobre su lomo o la esquelética hechicera que habita una necrópolis llena de cadáveres vivientes. Y eso solo en los primeros capítulos.


A Darrow no le importan en absoluto elementos como la coherencia argumental, el desarrollo de personajes o la estructura narrativa. Shaolin Cowboy es más bien un ejercicio de estilo llevado al extremo donde el dibujante da rienda suelta a amor por la narración 100% visual mediante una estudiada combinación de viñetas para crear diferentes sensaciones cinéticas y un dibujo tan recargado de detalles (los pliegues de la ropa, los tatuajes de los villanos, las vísceras resultantes de cada disparo o corte, los grafitties y los desperdicios tirados por el suelo, las expresiones perfectamente marcadas de docenas de personajes agrupados en una única viñeta) que en ocasiones el ojo del lector es incapaz de captarlos todos de un único vistazo.


Asimismo frente al paisaje casi casi minimalista (ese desierto rojizo bajo cielos azules, reminiscente de los parajes del Moebius de Arzach o El Garaje Hermético), Darrow experimenta con la estructura de cada página como esa sucesión de cinco splash page dobles que forman una única ilustración del ejercito de villanos que tiende una emboscada al protagonista, la sucesión de viñetas a escala cada vez mayor (cual zoom invertido) que muestran el tamaño real de un personaje gigantesco o el uso de bocadillos de dialogo divididos de un personaje que ha sido partido en dos partes simétricas. Una combinación entre humor absurdo, violencia extrema y experimentación gráfica que da como resultado una obra tan liviana como imposiblemente divertida con más en común con las tiras de prensa o la pintura abstracta que con un cómic convencional.


Publicados entre 2004 y 2007, la serie alcanzó siete números antes de caer en el limbo durante más de un lustro hasta que Darrow recuperase al personaje bajo el mecenazgo de Dark Horse en las miniseries Bufé de Extras y ¿Quién Detendrá el Reino? publicadas en 2013 y 2017 respectivamente. Una obra extraña, a contracorriente y que escapa a cualquier clasificación habitual que ofrece en sus páginas – reproducidas con un tamaño mayor para apreciar debidamente el despliegue artístico de las mismas- la labor de uno de los ilustradores más minuciosos y originales que ha visto el medio. Quizá algunos la despachen como un chiste alargado sin substancia, pero su poderío visual, su energía narrativa y la febril diversión que desprende hacen de su lectura toda una experiencia. Además… ¿En qué otro sitio podrías ver la lucha entre un shaolin armado con una motosierra y una cabeza parlante a lomos de un tiburón blanco?


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