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La Atalaya del Vigía Comic Digital
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Stray Toasters: La rebelión de las tostadoras

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 05/07/2020
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Rareza. Esa es la expresión que define de forma más sencilla y certera Stray Toasters, cómic escrito e ilustrado por Bill Sienkiewicz que ECC Ediciones acaba de recuperar para el mercado español más de dos décadas después de su edición original. Y hablamos de rareza por varios motivos: por la coyuntura editorial en la que fue creada; por suponer la primera y hasta la fecha única obra completa de creación propia de su singular autor; y por sus propias peculiaridades narrativas tanto a nivel argumental como gráfico.

A finales de la década de 1980 Sienkiewicz pasaba por su mejor momento. Tras revelar su personal estilo gráfico junto a Chris Claremont en Los Nuevos Mutantes, sus posteriores colaboraciones con autores como Frank Miller y Alan Moore le habían catapultado a primera línea de la industria del cómic USA. Y ya entonces, incluso partiendo de las historias ajenas elaboradas por tan prestigiosas firmas, el ecléctico e impactante dibujo de las mismas parecía desvelar que Sienkiewicz era dueño de un imaginario personal dotado de sus propias reglas que aspiraba a salir a la superficie. Así que, aprovechando la libertad creativa que proporcionaba el sello Epic de Marvel, en 1988 nuestro hombre decidió dar el paso siguiente paso e ilustrar un guión propio con Stray Toasters.


Originalmente publicada en cuatro entregas en formato prestigio (con el plus editorial que ello suponía en aspectos como un papel de mayor calidad y cubiertas en rustica), Stray Toasters presenta una historia tan difícil de clasificar como su propio grafismo. A grandes rasgos se trata de una trama coral con elementos de serie negra y terror donde un psicólogo criminalista llamado Egon Rustemagick recibe el encargo de investigar el caso de un violento asesino en serie cuyas víctimas son mujeres. Un asesino que resulta ser un androide construido a base de tostadoras (¡¿?!) y dirigido por Montana Violet, un científico aquejado de una extraña enfermedad degenerativa que le mantiene encadenado a un soporte artificial donde es asistido por una bandada de cuervos amaestrados (¡¡¿¿??!!). Entre medias pululan por la historia personajes como Abigail Nolan, psiquiatra y ex mujer de Egon; Todd, un niño autista hijo de una de las víctimas; Harvard Chalky, fiscal del distrito y pervertido sexual obsesionado con Abigail; y el mismísimo Satanás, quien bajo el nombre de Phil (sic) ha abandonado el infierno para tomarse unas vacaciones turísticas que narra en forma de postales que envía regularmente a su mujer e hijo (¡¡¡¿¿¿???!!!).


Pese a semejante mezcla de elementos dispares, que van desde el suspense policiaco al humor absurdo pasando por la violencia extrema y el surrealismo puro y duro, el Sienkiewicz guionista consigue que tan extraña combinación funcione sorprendentemente bien, presentando un retrato de personajes caracterizados por su patetismo y traumas. Personajes cuyas tramas se van alternando en paralelo con un ritmo eficaz, logrando que al final el argumento encaje como un todo único todas esas piezas que a priori parecían funcionar por su propia cuenta. Su lectura requiere sin embargo una gran dosis de suspensión de incredulidad y si bien en ocasiones el guión abusa de los textos de apoyo hasta el punto de saturar al lector, hay que reconocer que, pese a su bisoñez como guionista, el autor sabe cómo trabajar la personalidad de tan complicados personajes a través del texto.


El punto fuerte de Stray Toasters es como era de esperar el dibujo. A la ya conocida amalgama de técnicas de ilustración que Sienkiewicz ha convertido en su sello de identidad (óleo, collage, serigrafía, boceto, aerógrafo, caricatura…) y que proporcionan una atmósfera delirante acorde a la premisa argumental, se añade un dominio de la narración secuencial que alterna ilustraciones a toda página y diagramas clásicos de nueve y doce viñetas con composiciones que rompen los límites de la pagina de forma poco ortodoxa, como si esta se hubiese roto o las viñetas se estuviesen diluyendo. Páginas que el ecléctico ilustrador llena de homenajes que van de Gustav Klint y sus ornamentadas composiciones a las caricaturas de Ralph Steadman, pasando por Howard Chaykin o el antes mentado Frank Miller (esas secuencias relatadas mediante noticias televisivas). Un festín para los ojos que invita a la relectura, pues es imposible apreciar totalmente todos sus numerosos detalles durante un primer vistazo.


Convertida en una rara avis ya desde el mismo momento de su publicación, el tibio recibimiento original y el desconcierto generalizado que supuso la obra fue sustituido lentamente con el transcurrir de los años por un aprecio progresivamente mayor que le otorgaría la manoseada pero siempre interesante etiqueta de “obra de culto”. Desgraciadamente la experiencia cortó de cuajo el interés de Sienkiewicz por fomentar su faceta como autor completo, pasando a dedicarse a encargos esporádicos, trabajos alimenticios como entintador para terceros y fomentar su labor como ilustrador para medios ajenos al mundo del cómic. Stray Toasters se convertiría así en una joya aislada, ajena a modas y sin miedo a romper los límites del cómic como medio, que se quedó en adelanto frustrado de nuevas creaciones de su autor que estaban por llegar y nunca lo hicieron. Una obra fruto de un hermoso e irrepetible cúmulo de circunstancias cuya lectura sigue siendo tan especial ahora como lo era en su momento. Puede que incluso más.


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