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La Atalaya del Vigía - La Verdad: La historia de “el otro” Capitán América Comic Digital
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La Atalaya del Vigía - La Verdad: La historia de “el otro” Capitán América

Analizamos esta miniserie que cambió por completo el pasado del Capitán América

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 19/06/2021

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Seguramente una de las sorpresas más inesperadas del visionado de la reciente Falcon y el Soldado de Invierno fuese la inclusión de Isaiah Bradley, un anciano afroamericano sometido al mismo suero de supersoldado que creó al Capitán América pero cuyo destino, mucho más cruel e injusto, acabó relegado al olvido. Un personaje cuya historia encarna tanto la discriminación racial como la corrupción gubernamental propia de la cara menos popular del país de las barras y estrellas y cuyo origen data de la miniserie Verdad: Rojo, Blanco y Negro que acaba de ser recuperada por Panini Cómics.

En 2003, en plena reestructuración creativa de Marvel bajo los auspicios de Joe Quesada, vieron luz una serie de obras a cargo de autores provenientes de otras editoriales y de medios ajenos al cómic. Obras que buscaban relanzar a sus personajes dándoles un golpe de efecto mediante ocurrencias a priori insólitas como desvelar el origen de Lobezno, resucitar a Bucky o desvelar la identidad secreta de Spiderman. Una de las ideas que rondaba entonces por la editorial era la de convertir en afroamericano al Capitán América de cara a recién creada línea Ultimate, marcando así las distancias respecto al blanco, anglosajón y protestante Steve Rogers de la continuidad tradicional. La idea fue finalmente desechada pero el concepto siguió rondando la cabeza de los editores, máxime cuando el editor Axel Alonso tuvo conocimiento a través de la prensa del Experimento Tuskegee, un polémico suceso real por el cual el departamento de salud de los EE.UU. experimentó durante décadas con cientos de afroamericanos una vacuna contra la sífilis. Vacuna que resultó ser falsa, pues el verdadero objetivo del proyecto era dejar morir conscientemente a dichos pacientes para observar la progresión de la enfermedad y encontrar así una cura que nunca fue administrada a dichos sujetos. Con un ojo siempre puesto en la realidad para dar más empaque a sus tramas, la posibilidad de combinar un suceso tan descarnado sobre racismo y abuso de poder con una figura tan idealista y patriótica como la del Capitán América se hizo creativamente irresistible.


El encargo de materializarla recayó en Robert Morales, un periodista afroamericano cuya experiencia previa en los cómics se limitaba a tiras satíricas realizadas para revistas junto al dibujante Kyle Baker, quien a la sazón acabaría siendo responsable del dibujo. Partiendo de las directrices de los editores, Morales elaboró una trama que arranca en 1940 presentando a varios personajes de raza negra que pese a su distinta clase social y condición económica se ven obligados a lidiar con una sociedad donde la segregación estaba presente en todos los ámbitos. La entrada de EE.UU. en la IIª Guerra Mundial provoca su llamada a filas, pero el destino que les espera es aún más peligroso que ser enviados al frente: ser convertidos en voluntarios forzosos para probar el suero de supersoldado. Un proceso inhumano que provoca la deformación y muerte de todos los sujetos (todos ellos afroamericanos) excepto cuatro que acaban siendo enviados a Europa como una unidad clandestina.


Dividido claramente en tres actos, a lo largo de sus siete episodios la miniserie ofrece desde sus primeras páginas un relato del racismo imperante en una Norteamérica que se jacta como adalid de valores como la libertad, la igualdad y los derechos civiles. Las peripecias de Isaiah y su esposa Faith cuando se les impide la entrada a una atracción; los problemas legales del idealista y privilegiado Maurice Canfield por tratar de organizar un sindicato negro; o la escalofriante historia (real) de disturbios civiles narrada por el degradado sargento Luke Evan sirven a Morales para dibujar un retrato nada amable de esa nación de estampas idílicas y civilizadas asociadas a la imagen tradicional del sueño americano. Una cara oscura que se convierte en un descenso a los infiernos en la narración de unos experimentos que niegan cualquier respeto por la vida humana y que también caracteriza a las violentas, sucias y nada gloriosas escenas de combate bélico tras las líneas alemanas.


Resulta inicialmente chocante la elección de un ilustrador como Kyle Baker para encarar un argumento de semejante tono, dado que el estilo gráfico que le caracteriza se encuadra a priori con el asociado a las tiras cómicas y a los dibujos animados, primando los rasgos exagerados y un acabado estilizado opuesto a la narración cruda y realista implícita en el guión. Sin embargo el uso de una paleta de colores progresivamente más apagados y la visualización de detalles explícitos y escabrosos -el asalto a una base militar que resulta ser un campo de concentración con cámaras de exterminio y cadáveres viviseccionados- logran romper esa aparente disonancia entre forma y fondo para entregar un relato que elude la visión idealizada sobre la contienda, sino que asimismo presenta un inquietante paralelismo e incluso conexiones directas entre los EE.UU. y la Alemania nazi. Un contraste que queda reflejado en la estupefacta reacción de un Steve Rogers que, en una trama secundaria ambientada en el presente, descubre la historia de Bradley por boca de su ya anciana esposa.


La inclusión del Capitán América en la trama supone un punto de ruptura tanto argumental como emocional. Originalmente la miniserie había sido pensada como relato fuera de la continuidad pero en plena elaboración de la misma los editores decidieron su inclusión dentro de esta. Algo que provocó ciertas inconsistencias como el papel del profesor Josef Reinstein-Abraham Erskine (creador de la fórmula del supersoldado) y su personalidad. O el momento exacto del experimento sobre el protagonista y si este fue anterior o posterior al del propio Rogers. Detalles que pusieron en un brete a los autores, obligados a intentar aclarar dicho asunto a posteriori. Sin embargo esa misma inclusión imprevista posibilitó un importante componente dramático, convirtiendo al vengador del escudo y su condición de símbolo patriótico en un medio para contrastar esos EE.UU. idealizados con sus propios pecados y el deber de contrición que ello implica.


El triste destino de Isaiah, que tras cumplir su misión acaba encarcelado y olvidado por un gobierno deseoso de enterrar sus trapos sucios y padeciendo secuelas mentales fruto de los abusos médicos a los que fue sometido, refleja la ignominia real sobre los escasos supervivientes del experimento Tuskegee, cuyo sufrimiento tardó treinta años simplemente en ser reconocido y otros veinte más en ser reparado oficialmente. Asimismo la descripción del protagonista como una suerte de leyenda dentro de la comunidad afroamericana -explicitada en la ilustración a doble página del último número donde Isaiah aparece retratado junto a eminentes políticos, artistas, deportistas y autores de raza negra del siglo XX- sirve para reivindicar a través de este personaje de ficción el valor real de un estrato social y cultural como es el afroamericano, largo tiempo separado y dejado de lado pero igualmente valioso y decisivo en la configuración de la cultura estadounidense y por extensión de todo Occidente.

Más allá del revuelo mediático previo a su publicación, que generó críticas furibundas ANTES incluso de su lectura (sic), las repercusiones de La Verdad -el nombre de Capitán América fue añadido al título en posteriores ediciones en tomo- fueron escasas dado el carácter argumental autoconclusivo de la miniserie pero no inexistentes, como demuestra Eli Bradley-Patriota, nieto de Isaiah y miembro de los Jóvenes Vengadores. Por ello es aun más bienvenida la recuperación de esta estupenda obra que demuestra el potencial argumental del cómic de superhéroes para ir más allá del puro entretenimiento y contar historias no solo importantes, sino también necesarias.


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