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Hasta el infinito pero no más allá

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 27/01/2010
La Atalaya del Vigía

Con “The Sandman” pude hacer todo lo que quería, incluso acabar mientras todavía me gustaba”. De esta manera certificaba Neil Gaiman en una entrevista la decisión de dar carpetazo a su gallina de los huevos de oro mientras estaba en el momento álgido de su popularidad. Y es que, ¿serían las peripecias de Morfeo un trabajo tan redondo de haber seguido siendo publicadas indefinidamente?

No entraremos en cuestión de si en caso de ser continuada por otro autor, una serie como “The Sandman” podría haber mantenido el listón o incluso superarlo (si, ya puedo escuchar los gritos de algunos tachándome de sacrílego) pero es inevitable pensar que algunas historias nacen con un final ya escrito y que, por muchos desvíos y pausas que puedan sucederse durante el trayecto, llega un momento en que dicho final debe acontecer so pena de privar de sentido a todo el conjunto. En algunos casos, la consecución del desenlace viene marcada por la propia premisa, como sucede en el caso de series como “Y, el Último Hombre” o “Monster”, donde la búsqueda de la novia de Yorick Brown o del asesino Johann Liebhart respectivamente sirven de motor a una trama que sóo puede (debe) tener una conclusión. En otros casos, como en la citada serie de Gaiman o el “Starman” de James Robinson, ese desenlace va dibujándose a medida que los números se suceden y los personajes interactúan, llegando en algún momento a una conclusión que –si los autores han hecho bien su trabajo- puede verse como parte de un todo compacto cuando uno hecha la mirada atrás.

Claro que, por otro lado, no todos los autores poseen la determinación de alguien como Dave Sim (quien anunció cuando y como finalizaria “Cerebus”… ¡con mas de dos décadas de antelación!) ni sobre todo su libertad creativa. Incluso en el cómic europeo, caracterizado por la reverencia absoluta a la figura del autor, podemos ver casos de continuaciones contra los deseos del creador original. Es el caso de Jean Van Hamme y sus series “Thorgal” y “XIII”, ahora en manos de otros guionistas pese a los deseos del escritor de dar carpetazo definitivo a ambas con su marcha. Algo parecido le sucede a Jean Giraud, quien siguiendo en solitario el itinerario trazado por el fallecido Charlier para Mike Steve Blueberry, se ha encontrado con la pervivencia de “La Juventud de Blueberry”, serie paralela de la que no tiene control alguno.

¿Debe una serie sobrevivir a sus autores originales? Complicada pregunta de peliaguda respuesta, ya que cada caso es único en sus circunstancias. Dificilmente una obra como “V de Vendetta” podría tener una secuela digna del original –incluso a manos de sus mismos creadores-, aunque su final permita la misma, pero por otro lado más de uno ha apuntado con razón que “Daredevil” bien podría haber colgado el rótulo de “fin” en la última página de la saga “Born Again” pese al excelente trabajo de firmas posteriores como las de Ann Nocenti o Brian Bendis. Obras como “Los Muertos Vivientes” nacen con la intención de su autor de “seguir con el personaje durante todo el tiempo que sea humanamente posible” (Robert Kirkman dixit) pero hasta eso tiene una limitación: en última instancia es el lector, siempre el lector, el que marca el final. Si no un final real, uno impuesto por su mente (cuando cambia tal autor, desaparece tal personaje o finaliza tal saga). En caso de no gustarnos lo posterior, siempre hay tiempo para descubrir el placer de la relectura.


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