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Vida y muerte de Hellboy

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 05/12/2012

La publicación en nuestro país de Hellboy: La tormenta y la furia viene al pelo para rememorar los logros de uno de los cómics independientes más interesantes de los últimos 20 años.

Tras debutar a mediados de los 80 con una serie de pequeñas colaboraciones para Marvel, el nombre de Mike Mignola pronto empezó a ser cotizado gracias a un estilo que, pese a claras influencias de clásicos como Jack Kirby o Jim Steranko y contemporáneos como John Byrne, conseguía ser rabiosamente personal, gracias a su capacidad para crear atmosferas lóbregas plagadas de sombras y colores oscuros. Un estilo más cercano a cabeceras como Creepy o Eerie que al comic de superhéroes pero indudablemente llamativo. Así, su cotización fue subiendo peldaños rápidamente gracias a su labor en títulos como Corum (First) Phantom Stranger, Odisea Cósmica, Batman: luz de gas, Iron Wolf (DC), Fafhrd y el Ratonero gris y Dr. Extraño/Dr. Muerte: Triunfo y Tormento (Marvel). Pese a trabajar sobre guiones ajenos, ya entonces se adivinan una serie contantes temáticas en su obra que presagian lo que estaba por venir: tramas con elementos sobrenaturales, argumentos con raíces en la literatura pulp fantástica y personajes propios de viejos seriales de aventuras o terror.



La suma de su cotización profesional y su pujante universo narrativo cristalizó cuando en 1993 acepto la oferta de Dark Horse para unirse a su sello Legend y publicar Hellboy. Tras un par de historias cortas en 1994 se publicaba Semilla de Destrucción, en la que Mignola narraba la historia de un demonio llegado del infierno en 1945 como parte de un experimento ocultista y que se convierte, ya adulto y criado como humano, en miembro de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal (AIDP). Su piel rojo sangre, sus cuernos limados y una enorme mano derecha de piedra destacan en la atmosfera llena de claroscuros de un Mignola que al fin podía dibujar lo que más le gustaba sin coartadas: vampiros, demonios, fantasmas, brujos, científicos locos, criaturas lovecraftianas… Las primeras historias del personaje resultan bastante esquemáticas pero no faltas de interés gracias a su vistoso grafismo, el carisma del protagonista –un buenazo pese a supuestamente ser la bestia del Apocalipsis- y un interesante reparto de secundarios que acabaron por merecer una cabecera propia (AIDP). Una segunda serie que, a juzgar de muchos, ha acabado superando a su hermana mayor.



Curiosamente, a medida que las miniseries y especiales se iban sucediendo, puede observarse una especie de trasvase entre el Mignola guionista, cada vez más sólido y ambicioso en la construcción de sus historias y el Mignola dibujante, cada vez más esquemático y pobre en detalles. Tal vez por ello en las aventuras más recientes la parte gráfica corre a cargo de un Duncan Fegredo que, pese a adoptar el estilo impuesto por Mignola, es capaz de mantener su solidez habitual (mención aparte merecen las colaboraciones de Richard Corben).



Convertido ya en una franquicia en sí misma, con éxito fuera del comic (incluyendo dos películas realizadas por Guillermo del Toro, dos producciones animadas, dos videojuegos y varias novelas) Hellboy da ahora un giro a su trayectoria con la muerte del protagonista. Sí, he dicho muerte. Un giro llamativo pero no tan radical como parece por dos razones: primero porque la cronología del personaje permite fácilmente encontrar hueco para pasadas “aventuras perdidas”. Y segundo porque Mignola no ha tardado en anunciar cual será su próximo trabajo: la miniserie Hellboy in Hell. Una forma de celebrar dos décadas del personaje que se adivina tan estimulante como los veinte años previos.


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