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Grandes Autores Batman: Asilo Arkham Comic Digital

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Grandes Autores Batman: Asilo Arkham

En país de los locos, el murciélago es el rey

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 28/05/2014

A finales de los 80, DC publicó un puñado de proyectos que redefinieron a su personaje más popular, orientándolo hacia tramas más oscuras y una sensibilidad más adulta. De todas ellas posiblemente Asilo Arkham sea la más experimental y arriesgada a nivel estético, llevando al límite la parte más siniestra del personaje, su iconografía y su galería de villanos. Cosa lógica habiendo surgido de la mente de dos autores tan dados a la experimentación como Grant Morrison y Dave McKean.

Con el hospital psiquiátrico Arkham tomado por sus propios internos –entre los cuales se encuentran algunos de los villanos más peligrosos de Gotham-, Batman se ve obligado a ser confinado junto a ellos y participar en un mortal juego del escondite donde debe luchar por preservar tanto su vida como su cordura. Una premisa básica que, en manos de otro guionista, podría haber dado pie a un relato de acción pero que el escritor escocés aprovecha para una narración más cercana al terror, primando la intriga y la introspección psicológica.

De esta forma la estancia del hombre murciélago en Arkham sirve al guionista para diseccionar la mentalidad del héroe y varios de sus principales enemigos –Joker, Dos Caras, Clayface, El Sombrerero Loco, Killer Croc…- mientras narra en paralelo la construcción del siniestro edificio y el progresivo descenso a la locura de su fundador, el Dr. Amadeus Arkham. Dos líneas argumentales, separadas por cinco décadas, que acabaran relacionadas de forma tan inesperada como siniestra y que Morrison adorna con referencias ocultistas, simbólicas y literarias ligadas a nombres como los de Lewis Carroll, Edgar Allan Poe, Carl Jung o Aleister Crowley.

El estilo empleado por Morrison se encuentra en perfecta sintonía con el atmosférico dibujo de Dave McKean, dando pie a momentos perturbadores tanto en la caracterización de los personajes –los villanos son más deformes, repulsivos e inhumanos que nunca mientras que Batman es mostrado como una sombra sin rostro- como en la descripción de las siniestras estancias del manicomio, dignas de la mejor producción de terror gótico. Lejos aún de la simplificación de su trazo y el abuso de texturas que acabarían por caracterizarle, McKean realiza el que posiblemente sea el mejor trabajo de su carrera con ilustraciones que parecen extraídas de un mal sueño. El resultado gráfico es tan impactante que, en ocasiones, incluso acaba por eclipsar a la propia historia, entorpeciendo la narrativa a ojos del lector con sus viñetas recargadas y una planificación de página llena de detalles no siempre evidentes en una primera lectura.

Esa aparente desconexión entre guión y dibujo que caracteriza la obra provoca en ocasiones la sensación de estar más ante un llamativo ejercicio de estilo que ante una narración compacta. Por suerte, Morrison deja varias joyas en forma de diálogos y detalles de guión que demuestran su gran conocimiento de los personajes, dando una visión de los mismos que abraza sin prejuicio su lado más extravagante y perturbador. Una sensación que, veinticinco años después de su publicación, la obra aún mantiene intacta.

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