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El Imperio de los Muertos: El legado en viñetas de George A. Romero

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 26/07/2017
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A raíz del reciente fallecimiento de George A. Romero se han sucedido los textos centrados en glosar su obra, haciendo especial hincapié en sus films de temática zombi. Creador del concepto del zombi moderno, desde La Noche de los Muertos Vivientes (1968) hasta La Resistencia de los Muertos (2009), Romero construyó y desarrolló un arquetipo fantástico cuya influencia desbordó el propio medio cinematográfico. Su última aportación al tema llegaría precisamente en forma de viñetas con El Imperio de los Muertos, serie publicada por Marvel donde el cineasta recuperaba sus señas de identidad para elaborar un nuevo y mucho más ambicioso episodio de su saga de no-muertos. Un nuevo capítulo que contenía asimismo una inesperada vuelta de tuerca mediante la inclusión de otra famosa criatura del género fantástico: los vampiros.


Planteada como una saga en tres partes publicada en forma de tres miniseries de cinco números, el argumento de la misma presenta una ciudad de Nueva York fortificada cuyos habitantes intentan mantener como pueden la normalidad ante el apocalipsis zombi que asola buena parte del planeta. Una ciudad regida con mano de hierro por el alcalde Chandrake y sus asociados, quienes controlan la mayoría de recursos y entretienen a las masas mediante bárbaros espectáculos de luchas de gladiadores entre no-muertos. Una élite gobernante en una sociedad clasista y desigual que sirve a Romero para recuperar el trasfondo de crítica política y denuncia social que recorría la mayor parte de sus films. Films donde, en medio del terror y violencia, se colaban reflexiones sobre temas como el racismo, los excesos del capitalismo, el militarismo o las desigualdades entre ricos y pobres. Que Chandrake y su camarilla resulten ser vampiros que se alimentan simbólica y literalmente de los ciudadanos humanos supone una metáfora no por obvia menos poderosa.


Romero planifica su historia mediante varias líneas paralelas, repartiendo el protagonismo entre el cazador de zombis Paul Barnum, proveedor de “carne” para los espectáculos cirquenses celebrados en Central Park y la doctora Penny Jones, quien estudia a los no-muertos buscando integrarlos pacíficamente en la sociedad. La aparición de Xavier, una agente de policía zombificada que posee una rudimentaria inteligencia, trastoca el delicado equilibrio ideado por Chandrake, repentinamente encaprichado con la doctora. Chandrake a su vez debe vérselas con la traición entre sus propias filas por parte de su ambicioso sobrino, sus celosas esposas y varios elementos criminales. La investigación por parte de un oficial de policía sobre numerosas personas desaparecidas a manos de los guardaespaldas del alcalde y la aparición de un grupo paramilitar fuertemente armado que planea asaltar la ciudad para hacerse con sus recursos son otras tramas que van entretejiéndose progresivamente, apostando más por la intriga y el tira y afloja entre personajes que por la exhibición desatada de violencia gore.


La decisión de otorgar cada miniserie a un ilustrador diferente implica virtudes y defectos, siendo el más evidente el de restar de unidad a un argumento que se desarrolla de manera continuada. Alex Maleev aporta en la primera parte un trazo realista con una ambientación oscura y tosca que refleja a la perfección el decadente y apocalíptico escenario planteado por Romero. Pero sus personajes pecan de cierto estatismo e inexpresividad derivados de su uso de referencias fotográficas. La parte central con Dalibor Talajic gana en fluidez narrativa a cambio de un tono más limpio y luminoso aunque continuista con la estética detallada de su predecesor. En un lugar intermedio entre ambos se sitúa el tramo final a cargo de Andrea Mutti, que recupera cierta “suciedad” estética pese a no acabar de rematar las abundantes escenas de acción que se suceden en el desenlace.


El desenlace resulta un tanto insatisfactorio argumentalmente, al no lograr Romero cuadrar la resolución de todas las tramas paralelas con la misma eficacia y dejar varios cabos sueltos respecto a ciertos personajes. Omisiones que parecen pensadas de cara a un desarrollo posterior en futuras continuaciones. Asimismo, la serie bordea peligrosamente la línea que separa el (auto)homenaje –el flashback que establece una relación directa entre Penny y Bárbara, la protagonista de La Noche…- del reciclaje descarado –el personaje de Xavier, similar a los ya vistos en El Día de los Muertos (1985) y La Tierra de los Muertos (2005)-. Pese a ello El Imperio de los Muertos resulta una apreciable coda a la emblemática saga fílmica de su autor -superior de hecho a su última y decepcionante entrega- con la que Romero demostraba que, incluso con la masiva explotación del género zombi en los últimos años, aún le quedaban cosas por decir sobre el tema. Sirva su (re)lectura como homenaje póstumo a su influyente creador.


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