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El Escuadrón Suicida: Nuevo equipo, nuevo sabor

Un artículo de Rodrigo Arizaga Iturralde - Introducido el 09/08/2021
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De la reciente hornada de películas de superhéroes posiblemente Escuadrón Suicida (2016) sea una de las más divisivas. Y es que pese a algún innegable acierto aislado –la Harley Quinn de Margot Robbie- la película escrita y dirigida por David Ayer se vio arruinada por la incompatibilidad entre las ideas de su responsable, que apostaba por el drama de acción violenta característico de su filmografía, y las exigencias de una productora que buscaba un espectáculo para todos públicos y potenciar su condición de pieza dentro de una franquicia mayor (el DCEU) antes que su identidad individual.


El descalabro crítico del film de Ayer ha posibilitado que la recién estrenada segunda entrega escrita y dirigida por James Gunn ejerza no tanto de secuela de aquella como de relanzamiento que marca un nuevo inicio. Y aunque se mantienen varios de los personajes e intérpretes de la primera entrega –Joel Kinnaman, Viola Davis, Jai Courtney y la citada Robbie como Rick Flag, Amanda Waller, Capitán Boomerang y Harley Quinn respectivamente-, la sensación es la de marcar un claro punto y aparte no solo en el argumento sino también en el tono. Y es que si Ayer parecía tomar como principal referente a la versión del grupo surgida del relanzamiento de la continuidad DC con los Nuevos 52, el guión de Gunn prefiere apoyarse en la definitoria etapa firmada por John Ostrander y Luke McDonnell a finales de los ochenta.


El Escuadrón Suicida (2021) no solo luce exactamente el mismo logo de aquellos cómics, sino que retoma de los mismos su curiosa y efectiva mezcla entre cómic de superhéroes y cine de comandos con títulos como Los Cañones de Navarone (1961), Doce del Patíbulo (1967) y El Desafío de las Águilas (1968); utiliza secundarios (el carcelero John Economos, la psiquiatra Flo Crawley) y lugares (la fortaleza nazi de Jotunheim) característicos de dicha etapa; e incluso mantiene el subtexto de crítica política a los excesos y la corrupción de los EE.UU. latente en la mayoría de tramas de Ostrander, incluyendo un interesante giro argumental en el tercio final que obliga a personajes y espectadores a replantearse la trama desde otro punto de vista. Por recuperar incluso recupera al propio Ostrander, quien tiene una breve aparición en las escenas iniciales como el médico encargado de inyectar los artilugios explosivos que controlan a los protagonistas.


Contando con la libertad creativa y una calificación R de las que no gozó su antecesor, James Gunn consigue hacer suyo el material fusionando los elementos del cómic antes citados con sus propias marcas de identidad como cineasta. No solo por el humor negro con grandes dosis de violencia salvaje –el nivel de gore exhibido es llamativamente alto para una producción de estas características- y poblado de personajes absurdos que abrazan sin complejos la estética más colorida y escatológica de las viñetas. También por el retrato psicológico de unos protagonistas con evidentes taras morales, redimidos en su búsqueda de un bien mayor y que acaban formando una suerte de familia disfuncional con la que es difícil no encariñarse. Un esquema similar al manejado por Gunn en su díptico marvelita sobre los Guardianes de la Galaxia pero cuyas brutales formas se emparentan directamente con Super (2010), su revisión tragicómicamente realista de la figura del vigilante enmascarado potenciada aquí mediante un presupuesto infinitamente superior al de aquella.


Con una juguetona puesta en escena tanto a nivel argumental –ese recurrente uso de los flashbacks para narrar una trama paralela que acaba alterando la principal- como estético –la utilización de rótulos mediante elementos visuales integrados dentro del plano, como si se tratase de onomatopeyas en una viñeta-, el film encadena numerosas escenas de acción filmadas con un brío y claridad notables sin olvidarse de dejar espacio a unos personajes cuyo reparto aprovecha dichas ocasiones para brillar. Desde el siempre carismático Idris Elba como líder a regañadientes del comando suicida a una emotiva Daniela Melchior convertida en el inesperada corazón del grupo, pasando por un John Cena que sabe reírse de sí mismo sin renunciar a mostrar una faceta más oscura del Pacificador, el entrañable y perturbado Hombre Moteado al que pone rasgos David Dastmalchian o esa mezcla de salvajismo extremo y ternura infantil con la que el film dibuja al personaje digital de King Shark. Un desarrollo que también se aplica a personajes vistos previamente, caso de un Rick Flag mucho más carismático y matizado que en el film de Ayer o una Harley Quinn más cercana estéticamente a su contrapartida del papel y que permite a Margot Robbie un mayor lucimiento tanto físico –impagable la secuencia de su fuga de la cárcel- como actoral.


Añadiendo ingredientes del cómic de superhéroes, las historias de hazañas bélicas e incluso un toque de Kaigu Eiga -mediante la aparición en el tramo final de uno de los villanos más extravagantes del universo DC de la Edad de Plata- y regándolo todo grandes dosis de incorrección política, el resultado es la película que la cinta de 2016 prometía y por diversos motivos no pudo ser. Es asimismo un film que funciona por sí mismo sin tener que rendir cuantas ajenas ni a su predecesora ni al DCEU y el divertimento blockbuster con más personalidad de cuantos han llegado a la cartelera en lo que va de año. Sin saber aún si el trabajo de Gunn quedará como una excepción a la regla o supondrá el inicio de una nueva vía dentro del género, la certeza es que El Escuadrón Suicida (2021) es un entretenimiento de primera clase que demuestra lo importante que es no solo elegir a creativos con talento, sino también dejarles ejercitarlo.

P.d: Pobre Milton. Se merecía más.


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