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Solomon Kane Comic Digital
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Solomon Kane

Pulp fiction

Un artículo de Diego Salgado - Introducido el 04/01/2010

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Etiquetas: Solomon Kane / Fantasía /


Una magnífica manera de comenzar 2010 para quien todavía sepa disfrutar del placer lúdico, reflexivo y estético que procura el cine popular de calidad.
“Uno de los salvajes de tez morena agarró a un niño que salía llorando de un cuarto interior, y le reventó la cabeza contra el muro. Otro aferró a una de las mujeres nórdicas por su dorada cabellera y, tras arrojarla de rodillas frente a sí, le rebanó la garganta mientras ella le escupía con odio”.

Tan brutales líneas se incluyen en el ciclo de relatos consagrados al monarca picto Bran Mak Morn, creación del escritor norteamericano Robert E. Howard (1906-1936) como lo fuesen también el guerrero cimmerio Conan, el marino y boxeador Steve Costigan y el puritano del siglo XVI Solomon Kane. Las aventuras de los personajes citados conforman un corpus narrativo enérgico y primordial, de entre los más notables de la delirante literatura popular (pulp fiction) que alcanzase su esplendor en Estados Unidos durante la Gran Depresión.

La pulp fiction fue considerada ya en su momento por otro de sus practicantes más destacados, H.P. Lovecraft, como objeto de consumo solo apto para “chusma irremisiblemente vulgar y estúpida”. Y, sin dejar de ser eso cierto, se trata de un género que adquiere una relevancia mucho mayor atendiendo a su carácter como derivación cultural masificada del movimiento romántico surgido en Europa a finales del siglo XVIII.

En palabras de Isaiah Berlin, el Romanticismo, “por su subjetivismo en cuanto a la imaginación estética, la expresividad, la fantasía, la complacencia irónica en el juego, el ensimismamiento desmedido, contribuyó a socavar el orden moral de la tradición”. Otro tanto podría decirse de la pulp fiction, devorada y creada por desclasados —empezando por los propios Lovecraft y Robert Howard, modelos de adaptabilidad social tan lamentables como Friedrich Hölderlin o Robert Schumann— de un sistema cuyas proclamas ideológicas oficiales, hoy como ayer, solo sirven al propósito de legitimar la armonía coyuntural requerida por un engranaje productivo que ha de funcionar a pleno rendimiento.

El guionista y director de Solomon Kane, el británico Michael J. Bassett (Deathwatch), ha sabido ver tanto ese trasfondo resentido y exaltado de lo pulp, como su conexión distorsionada con el espíritu romántico. Sin olvidar las exigencias de una producción fantástica y de aventuras que tiene por objetivo al espectador de hoy, a quien debe presentársele un personaje cuyas andanzas sean susceptibles de generar continuaciones.

Bassett inventa un pasado para Kane (impecable James Purefoy), el de bárbaro mercenario a las órdenes de la reina Isabel I de Inglaterra que trata de redimirse como hombre de Dios para evitar la condenación de su alma. Sin embargo, las tropelías de un brujo sanguinario obligarán a un nuevo Solomon, severo y piadoso, a desenvainar otra vez sus armas, con el consiguiente peligro para su salvación eterna.

Como película de “espada y brujería”, Solomon Kane lo tiene todo, y orquestado con gran efectividad: injusticias; duelos y batallas; apariciones macabras, espectrales y demoníacas magníficamente recreadas por los efectos visuales de Patrick Tatopoulos (Silent Hill); intrigas de poder familiar; y un protagonista arrollador, “verdaderamente fanático, cuyos preceptos son razones suficientes para actuar” (Sombras rojas, 1928).

Pero a Bassett no le basta con eso, y añade una altisonante gravedad moral a cuanto sucede, logrando secuencias de una peculiar vehemencia dramática en sintonía con ese agitado acento propio del romanticismo del que hablábamos; secuencias que perfilan, además, sutiles apuntes de actualidad sobre el recurso a la violencia en nombre del bien.

Los encuadres panorámicos subrayan estos últimos aspectos, deviniendo los paisajes y las inclemencias climáticas actores fundamentales de la acción, en un ejercicio cuasipictórico no exento de cierto goticismo academicista. La presencia de secundarios tan irreprochables como Pete Postlehwaite, Alice Krige y Max Von Sydow constituye la guinda de una película realizada con respeto por el original literario, comprensión del género en que se inscribe, y aptitudes para enriquecerlo sin que se pierdan por el camino sus esencias.

El objetivo, a juicio de este crítico, se ha conseguido: Solomon Kane es una magnífica manera de comenzar 2010 para quien todavía sepa disfrutar del placer lúdico, reflexivo y estético que procura el cine popular de calidad.

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